La mañana en que sucedió la matanza de Columbine, en clase de Antropología Evolutiva estudiamos a los neandertales. Las cuestiones que nos planteaba el profesor eran muchas: ¿sabían hablar? ¿Por qué desaparecieron? ¿Se aparearon con nuestros antecesores, los hombres de Cromañón? ¿Compartimos material genético con ellos? Recuerdo que debatimos sobre la capacidad simbólica de los neandertales y sobre los collares de pétalos que se habían descubierto junto a sus esqueletos; reflejo seguramente de alguna forma de religiosidad o culto a los muertos. Cuando horas más tarde llegué a casa y me enteré del tiroteo en el instituto de Columbine, me sobrecogió pensar en ese polen fosilizado que acompañaba a los neandertales en sus tumbas por contraste con aquel escandaloso asesinato de tantas víctimas inocentes. Y me dije que la humanidad aflora siempre en los lugares más insospechados.

Veinte años después leo la noticia de que un biólogo de Harvard, George Church, se ha propuesto devolver a la vida a un hombre de Neandertal mediante una compleja técnica de clonación. Primero deberíamos saber si se trata de algo técnicamente posible. Church sostiene que sí o que, al menos, nos encontramos muy cerca de ello. Y asegura, además, que recuperar la especie permitiría solucionar eventuales conflictos sociales en el futuro. "Puede que los neandertales - afirma en una entrevista concedida a Der Spiegel- piensen de manera diferente a nosotros. Sabemos que tenían un tamaño craneal mayor. Incluso podrían ser más inteligentes que nosotros. Llegado el momento de enfrentarse a una epidemia o escapar del planeta o lo que sea, cabe la posibilidad de que su modo de pensar nos resultara beneficioso". Reconozco que son argumentos que jamás hubiera considerado: ¿Huir del planeta? ¿Hacia dónde? ¿Cambiar -como indica en otra parte de la entrevista refiriéndose a nuestro cerebro- "las rutas neuronales, el tamaño del cráneo o unas cuantas cosas cruciales"? Me temo que nos hallamos ante la enésima revisión del viejo mito de Frankenstein.

Sin embargo, las ideas de George Church plantean problemas más trascendentes, algunos de los cuales ha señalado con gran acierto Tyler Cowen, comentarista habitual de The New York Times. En primer lugar, si se reviviera a un neandertal, ¿de qué clase de sujeto jurídico estaríamos hablando? ¿De un ciudadano como nosotros (esto es, con su derecho a la vida, a la libertad y al voto) o de un tipo especial de homínido? ¿Se los usaría como esclavos? ¿Podrían alistarse en el ejército? ¿Cabrían los matrimonios mixtos o se los esterilizaría para controlar la población? Y, por otro lado, ¿por qué no clonamos a todos los homínidos presentes en la cadena evolutiva, además de mamuts, dinosaurios o, incluso, un megalodón llegado del Cenozoico?

Desde el punto de vista del debate social, tampoco cabría preocuparse en exceso por la destrucción de las especies, ya que siempre se podrían recrear de nuevo en las probetas de los laboratorios.

Lo más seguro es que Church sólo desee promocionar su libro y de ahí la voluntad polémica de las declaraciones. ¿Qué saldríamos ganando con el experimento? ¿Nos sabríamos relacionar con ellos? ¿Llegarían a aprender nuestro idioma? ¿Y con qué derecho limitaríamos sus posibilidades de desarrollo? No lo sé. Simplemente creo que resulta peligroso enmendarle su veredicto a la historia de la evolución. Jugar a dioses no nos convierte en dioses, ni mucho menos. Más bien en algo bastante peor.