No me digas que no me has visto, le decía un compungido Juan Carlos Ortega a su madre el 31 de diciembre, que la llamaba para sentirse en familia, sabiendo que a esa hora, al borde del nuevo año, en La 2 estaban solos. Pues no, no te he visto, decía la madre. Pero si he hecho una cosa muy original, mira, he roto con un bate pelotas de cristal a modo de campanadas en las que había escrito deseos para que el nuevo año se llevara la corrupción, el miedo, el abuso, la crisis, y llegara la integración, y el respeto, y la toleranciaÉ Ya, ya, interrumpía la madre, pero es que en La 1 estaba la Igartiburu. Y así es. Luego nos fijaremos en ella. Pero ahora es el turno de Ortega, ese chiflado que hace una televisión tan delirante que no parece televisión.

Es tan provocador que parece necio, y tan tocapelotas que te arranca una sonrisa mientras notas un desgarro por dentro porque te lleva a reflexiones fuera de contexto. Verán.

Mientras a esa hora límite, casi abisal, donde un año viejo empieza a transformarse en un año nuevo, y todo el mundo parece quererse, y todo el mundo parece olvidar por decreto la soledad, o las penurias, el señor Ortega descubre al hablar con su madre que su vida en familia ha sido una estafa, que nadie lo ha querido, que ni ella que lo parió lo quiso nunca, es más, justo en el momento de nacer supo que sería así al verlo allí, en la cama del hospital, tan poca cosa, y que al mirar a su marido intuyó que tenía el mismo sentimiento, y por tanto, que es a donde quería llegar la mujer, ante la disyuntiva metódica e intelectual de elegir entre la Igartiburu o él, la cosa estaba clara, la Igartiburu, así que da igual lo que hagas, concluía la mamá, como si te pones a bailar un tango "en esta cadena de televisión tuya tan minoritaria y tan cultural, adiós, bonito". Y a partir de ese momento, el delirio. La prueba de que otra televisión es posible. Recuperen la joyita Campana2 de La 2.

La plaza lo peta, tíos

Y ahora sí. En este repaso a los últimos días de vino y rosas llegamos al cardado de Imanol Arias, lo más comentado y reído de la pantalla, pasando por encima del cuadro de fulanos de La que se avecina, que no me sedujeron lo más mínimo. Había tres en el balcón alquilado por Mediaset, y sé que actúan en la vulgar serie de porrazos, palabrotas y malentendidos, pero ni sé sus nombres de verdad ni sus nombres de mentira, y buscar el dato en Internet no me pone, así que puerta.

Que a estas alturas se descuernen por ver quién es más original tratando lo de los cuartos y las campanadas me parece una cosa patética, que sí, coño, din, don, din, don, decía uno de ellos gesticulando al lado de una tipa con escote hasta el ombligo, y así hasta doce, remataba otro fulano gritón con pajarita, "y a tomar por culo el 2012". Pues eso. A tomar por culo.

Huy, diría la finísima Anne Igartiburu, qué manera de hablar. Es que eso era Telecinco, guapa, en La 1 visten a las princesas como princesas, pero ojo, ni el vestido rojo apretado al costillar que zurció Lorenzo Caprile para la señora Igartiburu, ni la propia dama de corazones, ha sido tan mentado como el cardado arquitectónico que lució, sin saber por qué, Imanol Arias en La 1. Los más de 5 millones de criaturas que tenían preparadas las uvas en la mesa nos quedamos sin cobertura neuronal al ver el desaguisado. Quizá por efecto del mismo edificio lacado, elevado más allá de lo razonable, a Imanol le afectó el seso, y mezclando verdades poderosas -no somos culpables de lo que ha pasado- con iluminaciones de lenguaje juvenil -la plaza está petada, tíos, la plaza está que lo peta-, consumieron los veinte minutos de emisión hasta las doce con tópicos, vaguedades y grisura en una televisión rancia y "entrañable".

El nuevo televisivo

Del resto de cadenas, apenas nada resaltable, ni siquiera esa extravagancia de Neox al juntar a dos destacadas figuras que cerraron el año por sus meteduras de pata. Eligieron a Remedios Cervantes por su paso estelar en el concurso de Carlos SoberaAtrapa un millón, en donde gracias a un repente consiguió que el concursante perdiera cinco mil euros. Y a Cecilia Giménez, la afamada 'restauradora' del Ecce Homo.

Puestos a elegir podían haber contado con Mariano Rajoy, Gallardón, Wert, la visionaria Fátima Báñez, o con la siniestra Ana Mato. Quizá en las campanadas de 2013 tengan en cuenta a estas patas de banco. Malo. La Sexta fue previsible al contar con Alberto Chicote. Por dios, por dios, por dios, que alguien haga algo. ¿Era un mensaje subliminal vestido así? ¿Los grandes cocineros acaban disfrazados de botones de hotel cutre con terno de paño rojo y un huevo frito estampado en la pechera? Lo más original, sin duda, la realización. La cámara era un trávelin vivo. Un no parar. Corría entre los presentadores, o sea, entre un Chicote sin el vigor del broncas a que nos tiene acostumbrado, y una siempre eficaz Sandra Sabatés, asomaba la cabeza al balcón y se metía adentro que se las pelaba. En realidad, lo que pasó es que La Sexta tenía el peor tiro posible de cámara, y en esas condiciones recortadas, de presupuesto y de espacio, pocas virguerías se pueden hacer. Aquí, en este país de sinvergüenzas con nombres, apellidos, y mantilla, la única que está libre de recortes es la que más va recortando. María Dolores de Cospedal-158.000 euros declarados- camina a un palmo del suelo enseñando colmillos de vampira. Pero eso parece aceptarse como se acepta la trillada mediocridad televisiva en estas fechas en las que, gracias a creadores como Juan Carlos Ortega, a veces se ve luz en la pantalla. Si hemos sobrevivido a galas, campanadas, y ensañadas ñoñerías, tan sólo nos queda el alivio de su caducidad programada. La semana que entra empieza con otra batalla. Nuevos programas, estrenos de series, baile de presentadores, y momentánea desaparición de anuncios de perfumes. Ahora sí empieza el año nuevo televisivo. Me temo que, como en política, lleno de mediocridades mezclado con algunos fogonazos de inteligencia. Usted sabrá cómo gestionar una cosa y la otra. Feliz programación.