Erase una vez otra Navidad. Los ángeles del cielo estaban agotados de dar brillo a tantas estrellas ¡millares, millones de ellas cuidadosamente colocadas en el cielo del mundo entero! ¡Qué bien alumbraban la Buena Nueva!... pero mucha gente parecía no enterarse. El responsable de los ángeles de la guarda (todos tenemos uno por deseo de Dios), les estaba echando una reprimenda de primera. ¿Qué era eso de no guiar hasta el Portal de Belén a la persona que custodiaban?... Se miraron unos a otros con gesto de impotencia. El más novato protestó:

«¡Demasiado ruido, demasiadas compras, demasiadas prisas!...». Otro, más entrenado, replicó: «Quizá tendríamos que utilizar las nuevas tecnologías, claro que en La Red ¡nos quedaríamos sin alas!». Un ángel distraído preguntó si podía ser el custodio del Niño Jesús. La protesta fue general. El ángel más veterano explicó que todos tenían que dar Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad. La mayoría asintió conforme pero un pequeño grupo protestó. El cabecilla dijo: «¿Buena voluntad?... Si los hombres siempre están peleándose ¡No saben perdonar y olvidar!».

De pronto, el intenso brillo de la estrella de Navidad les deslumbró pero la verdadera Luz salía del Portal: Dios hecho Niño sonreía, La Virgen le daba todo lo que le pedía, San José custodiaba€ la gente sencilla se acerca para adorar. Llevan regalos que ni siquiera han tenido que comprar, dan lo que tienen€ con buena voluntad. Hasta tres reyes magos se postran para rezar. Cada ángel de la guarda siguió veloz los rayos de esa luminaria de fe y amor.

Antes se armó un gran alboroto porque todos querían ocupar el primer lugar en cumplir bien su encargo. Bueno, todos no. Los ángeles de los niños tienen una misión especial: queriéndoles mucho, los miman demasiado para que crezcan con el cariño de verdad, entre risas y llantos, jugando con el Niño Dios como el amigo principal.

Por eso cuando llega Navidad tienen fiesta en sus guarderías y colegios, con profesoras, mamás y papás, también van los abuelos y más de un familiar, amigos y conocidos, todos se empapan del auténtico sentido de esta fiesta principal. Niños y niñas van vestidos de ángeles y estrellas, reyes y árboles, pastores y pastoras que jugando con panderetas a cantar villancicos, llevan la alegría a cada hogar.

Érase una vez una Navidad donde las estrellas brillaban y los ángeles de la guarda no cesaron de trabajar. El Niño Dios sonreía porque sabía el final de este Cuento de Navidad.