Qué remotos resultan aquellos tiempos en los que la Filosofía y el conocimiento eran herramientas habituales en el ser humano. Qué lejanos aquellos hombres que buscaban sentido a sus existencias a través de la reflexión, la mayéutica socrática, el debate enriquecedor, la insoslayable estrategia de cuestionarse el mundo que les rodeaba. ´Pensar´, ese don innato en nuestra raza que devino en percepción de la existencia para el racionalista Descartes. Y es que hoy día no es tan necesario cavilar. Todo está en Internet, todo nos llega masticado, dulcificado, simplificado, ejemplificado, diseccionado. La ley del mínimo esfuerzo. Y esta tendencia a la pasividad se encuentra reflejada en diversos campos.

Por ejemplo, el cine. Las películas más taquilleras y con más seguimiento de público suelen ser aquellas que repiten clichés y estereotipos. El bueno y el malo bien definidos y, por supuesto, un final cerrado, comprensible, explicado y, a ser posible, feliz. Que nos deje dormir. Hasta los vampiros son ya buena gente, sin colmillos e inmunes a los espejos y al sol. El ritmo debe ser rápido, para mantenernos despiertos. Oía no hace mucho al respecto a un profesor que se quejaba de que los jóvenes actuales son incapaces de seguir con emoción un filme de Hitchcock. Porque la trama se demora y los planos se regodean en diálogos o secuencias bien ensambladas. Hay que atar cabos, pensar. Eso, pensar.

Ni hablar de los programas de televisión. En su mayoría, circos postmodernos en los que el contenido intelectual es cero. Grupos de humanos, más o menos atractivos, que se dedican a contar con quién se han acostado, qué vestido llevaba la cantaora en tal fiesta o con quién le ha puesto los cuernos fulanito a menganita. Y no digo yo que todo haya de ser profundo, pero sí decoroso.

Otro ejemplo de este ´aplanamiento´ continuo del encefalograma nos llega a través de la literatura. Los grandes best-sellers no son las reediciones de El banquete de Platón ni Rey Lear, del gran bardo. No. Las obras más vendidas (que tampoco se sabe si leídas) son las novelas históricas, con una trama claramente expuesta y, cada ciertos capítulos, un resumen para que el lector no pierda el hilo. También los seudolibros firmados por presentadores de televisión o tertulianos€ Y, ahora, la novela ´pornográfica para amas de casa´, un subproducto de consumo que ha conseguido revolucionar el mundo editorial. Lo que mande el lector. Ese lector pasivo del que se quejaba Cortázar. Ese lector que se limita a engullir lo que se le presente sin criterio ni condición. Pero, hoy día, parece que no tenemos tiempo para pensar. Ni para sentir. De hecho, la poesía, ese género antiguo y volátil que requiere un esfuerzo del espíritu, es el menos considerado en estos tiempos.

Resumiendo, que el lector pasivo, también es telespectador pasivo, pensador pasivo, valga la contradicción. El mundo nos lo han simplificado tanto que, a veces, creo que nos tratan como a imbéciles.

Descartes llegó a afirmar: «Pienso, luego existo´». Si volviese a nacer hoy tal vez nunca llegase a percatarse de su propia existencia.