A voz de pronto es casi imprescindible recordar a Frank Sinatra, incluso atrevernos a tararear algunas de sus canciones, eso sí, ´a nuestra manera´. La elocuencia del silencio nos regala el eco de otras voces que arraigan en nuestro interior. Escuchar o no responde a un determinado modo de ser o estar en la vida, intereses creados o añadidos que dan en la diana de un futuro prometedor o nos confunden por un laberinto de caminos sin rumbo a ninguna parte. Voces que claman en muchos desiertos ante no pocos oídos sordos. No siempre es necesario hablar para entenderse, la riqueza de la expresividad humana supera nuestras limitaciones físicas y psíquicas. Hay ciegos que ven, sordos que oyen y mudos que alzan la voz. Otra perspectiva, distintos sonidos. El ruido aturde, el silencio expresa, clarifica. La persona necesita reflexionar sobre el mundo que le rodea y sobre sí misma hasta encontrar la voz que le ayude a reconocer y defender la verdad de cuanto acontece.

Hablamos y escuchamos de manera diferente según sea nuestro interlocutor. Para los enamorados apenas basta un susurro. Las órdenes alzan la voz, los consejos la modulan. El griterío la confunde. La música la entona. El dolor la silencia. El amor la siente. El trato la reconoce. Hablar claro es necesario para no convertirnos en la voz de falsos amos que irrumpen en nuestra vida tratando de arrebatarnos la libertad de decidir de acuerdo a la verdad de nuestro ser. No es necesario tener buena voz, pero sí un criterio que responda a una conciencia bien formada. La verdad se demuestra sola por eso contemplamos con frecuencia que los que no tienen nada que decir suelen hablar a gritos. En cierto modo reconocemos la voz del alma y la del cuerpo: lo que sabemos y entendemos, sentimos, queremos y vivimos, amén del tono, timbre y cadencia de nuestra manera de hablar.

Más de una vez nos ha dado un vuelco el corazón al oír, sin esperarlo, la voz de alguien querido y también al escuchar un discurso coherente. La mentira campa a sus anchas por todas partes al creer que la verdad es cuestión de mayorías. No podemos quedarnos de brazos cruzados, sin voz ni voto, indiferentes ante tantos ataques a la dignidad humana. Familia, vida, educación y trabajo necesitan un eco claro y coherente con la verdad. Permanecer sin articular palabra alguna es ceder en los derechos primigenios de la persona. Aunque cada uno lo haga ´a su manera´, hemos de aportar nuestra voz porque hay mucho que decir. No se quede en off.