Que el poeta Gil de Biedma quien encontró, a principios de los años sesenta del pasado siglo, esta frase en el libro de autógrafos del Whisky Club, en Barcelona: «Por fin, un bar». Por fin un bar de madrugada en aquella España que se acababa de quitar de encima el abrigo de borra y las chinches del esparto de la inacabable postguerra. Por fin un sitio en condiciones donde podían encontrarse ojos que miraban como si lo hicieran desde el extranjero, en el aire un humo sedoso (no de aquella ´labor nacional´ que hasta el final defendió Josep Plà porque creía que garantizaba el valor estable de la peseta) y cócteles precisos, no agitados sino removidos. El bar como embajada de un mundo mejor, territorio exento a donde no llegaba el frío conceptual de la calle. He venido pensando sobre aquella frase que encontró el poeta Biedma en el Whisky Club de Barcelona desde que, hace ya muchos años, desapareció el café bar Continental de Murcia. Por fin... ya no teníamos un bar. Y algunos no lo hemos vuelto a tener.

En el viejo Continental algunos organizábamos, en aquellos despistados años 90 (que fueron como los 80 pero sin gas, los 80 que pasaran a un estado linfático), una multitudinaria comida todos los viernes, donde los artistas e intelectuales „y políticos„ hablábamos entusiásticamente de aquellas cosas que luego nos ha dejado a todos de interesar. No sería posible recordar qué cosas se dijeron, ni reconstruir agudezas y apostillas como hizo el memorioso James Boswell poniendo en un tomo de mil páginas, en el siglo XVIII, todas las conversaciones de ´pub´ que recordaba del doctor Johnson (más que Vida de Johnson el libro se debió titular Cervezas de Johnson). No sería posible porque todo cuanto fuimos entonces, incluyendo lo que salió por nuestra boca, hoy se nos antoja defraudado, hasta cómico, y, como suele ocurrir con aquellos períodos de la vida que no llegan a nada concreto, nos parece como si les hubiese ocurrido a otros. Ahora el Continental ha vuelto, actualizado en un bistró amplio, higiénico y arty, ésta vez en Simón García. Por fin volvemos a tener un bar en Murcia. Como que en realidad es un restaurante sin bromas, de guisos caseros descritos sin lenguaje diminutivo y camareros que no intentan hacer literatura. En mi pueblo, ciertamente, hay muchos sitios donde llenar la barriga, pero yo no tenía ningún lugar público donde llenar mi soledad. Su dueño, Emilio Morales, me ha prometido que va a dejar que las conversaciones de sobremesa sean largas, sin echar a nadie. En los sitios de verdad no se ponen las sillas sobre las mesas hasta que alguien ha arreglado el mundo.

En Murcia se les decía antes a los nocherniegos: «Haced el favor de recogerse, ¿es que no tenéis casa?». Algunos, tal como están las cosas, a lo mejor no vamos a tener casa, pero empezamos a tener donde recogernos.