Un viejo refrán dice que «nunca resuelven los problemas quienes los crean». Nuestros actuales problemas fueron creados básicamente de 2007 a 2011 y así lo dejan claro todos los gráficos de incremento de deuda pública, de empleo público, de inversiones grandiosas pero sin utilidad, de ayudas a países del tercer mundo o en vías de desarrollo y, después, de paro, de concursos de acreedores, de cierres de empresas, etc.; en suma, de ruina y miseria.

Nuestro problema tiene una solución sencilla: Pacto de Estado entre el Gobierno, la oposición y quien quiera unirse, y reforma de nuestra Constitución, pero para tocar todos los palos y los artículos que hay que tocar. Lástima que solo dos veces oposición y Gobierno han estado de acuerdo: para no buscar culpables y para hacer frente al escarceo independentista.

Es de agradecer que un alto cargo del partido gubernamental tenga el encargo de estudiar la modificación de las autonomías y la reforma constitucional. Por fin. Recemos para que no se quede corto de miras y corte por lo sano lo que haya que cortar. El error de ceder competencias a cambio de votos, competencias que nunca se debieron dar lo estamos pagando ahora caro de más. Los políticos y adláteres no se van a casa, al paro o a la jubilación sencillamente porque ganan más en sus poltronas y sillones. A esto se reduce el problema de su cuantioso número, cuya reducción, por otra parte, sería la solución inmediata de nuestro déficit presupuestario. Hay quien piensa que el rescate bancario proporcionará otro año de existencia de nuestros afanados políticos vía emisión y suscripción de más deuda pública.

A propósito de Cataluña, sus muy malos gobernantes han hecho lo que se viene haciendo desde que el mundo se pobló de listos: buscar un enemigo común a quien culpar de todos los males por ellos creados. Lo mismo que hizo la cúpula militar argentina invadiendo las Malvinas, sin ir más lejos. Sobra cara.

Ni pajotera idea de qué pasará cuando falte dinero para pagar en Ayuntamientos, Comunidades, organismos públicos, etc. y el estamento político vea que se ha llegado al final. A esas alturas el paisano, sea de la ocupación y trabajo que sea, estará más que cabreado además de arruinado. Nuestro sistema de organización político-social es el menos malo posible. Hasta podría ser bueno si muchas personas no lo malearamos. Listas abiertas, controles reales, leyes eficaces, separación de poderes, gestión responsable, etc., es algo de lo que pocos políticos quieren oír hablar.

Igual que siempre hemos deseado los de a pie que maestros, sacerdotes, médicos, policías, etc., sean vocacionales, debemos incluir en la lista ´políticos con vocación´ de servir y no de ser servidos.