Cómo cambian las cosas. O quizá no tanto. Decía la letra de la canción El emigrante, compuesta por Niño Ricardo y Juanito Valderrama: «Adiós mi España querida, dentro de mi alma te llevo metía; aunque soy un emigrante, jamás en la vida yo podre olvidarte». Y de esto hace ya más de cincuenta años. Pero la historia, cuando no se corrige, vuelve inexorablemente a repetirse cincuenta años después, España vuelve a convertirse tristemente en productor mundial de emigrantes, aunque „a diferencia de antaño„ ni la España es ya tan querida ni, en muchos casos, difícil de olvidar.

Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, INE, casi un millón de personas „927.890„ emigraron de España entre enero de 2011 y septiembre de 2012. De ellos, 117.523 „un 12,6% del total„ fueron españoles, aunque ese porcentaje, según parece, se va incrementando paulatinamente. En los primeros nueve meses de este año se fueron de España 54.912 españoles, un 21,6% más que en el mismo período del año anterior, cuando emigraron 45.161. En total, entre enero y septiembre de 2012 salieron del país 420.150 personas, de los que 365.238 fueron extranjeros, lo que supone 37.539 personas más que en el mismo periodo de 2011. Con estos datos, el saldo migratorio „la diferencia entre las personas que entran y las que se van„durante esos nueve meses ha sido negativa en 137.628 personas.

España, como en la década de los 50 y 60, vuelve a ser un foco de emigración, aunque, a diferencia de lo que sucedía por entonces, los que se van ahora son, por lo general, personas con una gran preparación profesional. Es decir, lo que se denomina mano de obra cualificada, que es precisamente lo que más necesita este país tan abarrotado de incultura. Esto hace que el drama de esta nueva ola de emigración sea aún mayor. Entre esos españoles que emigran (y otros muchos que lo tienen en la cabeza pero que no dan el salto) está la convicción de que en España se les trata injustamente. Y, viendo los sueldos que se pagan en este miserable país, tienen toda la razón.

La idea de que se vive mejor en cualquier otra parte de Europa que en España está calando entre la juventud. Y es que esos programas donde nos muestran la vida cotidiana en los distintos países del mundo nos han abierto los ojos. Gracias a esos programas, hemos comprobado que en muchos países de Europa los permisos de maternidad son casi de un año, cuando aquí nos vendían los cuatro meses como si fuésemos lo más avanzado de la progresía mundial. Gracias a esos programas hemos comprobado que en muchos países de Europa los hijos tienen los estudios universitarios gratis, piso incluido; que existen otras ofertas culturales y lúdicas para los jóvenes más allá del polígono y del botellón; que los sueldos son muy superiores que en nuestro país y que los impuestos que se pagan sirven para algo más que para engordar a la clase política y empresarial. Y, claro, con ejemplos así, uno se olvida de esa estúpida cantinela de que en España se vive de puta madre porque hay sol y playa.

Nuestra querida España, gracias o por culpa de esta crisis, ha regresado de nuevo a la cruda realidad. No estamos en la Champions League de nada. Nunca lo habíamos estado. Los piojos y los chinches de antaño nunca se habían ido.