Puede que el tino de las agencias de calificación haya sido errático. Después de la debacle de Lehman Brothers es lógica la suspicacia hacia sus recomendaciones. Podríamos poner todo nuestro empeño en una campaña para deslegitimar su forma de actuar, urdir una madeja de opinión contra sus dictados e incluso, en un extremo carpetovetónico, actuar como si sus dictámenes fueran predicamentos simples. Y sin embargo no estaríamos solucionando nada.

Una crisis económica endiña otra política y si ésta a su vez desemboca en una convulsión institucional el problema deja de ser estrictamente monetario. Aunque consiguiésemos equilibrar nuestra balanza de pagos las postas que perforan el Estado lo hacen demasiado vulnerable. El desgaje español se estudiará en los manuales de historia como el colapso de un país que optó por comprar irresponsablemente la paz social a costa de descuartizarse a sí mismo. El discurso secesionista de varias regiones ricas y el victimismo „a veces desesperado„ de las más pobres se entrelaza en la narración de una historia con un final indeterminado. ¿Qué fue del sueño del 78? No me atrevería a afirmar que hayamos efectivamente despertado pero se asemeja a cristales en forma de poso grueso inservible.

El tamiz del nuevo mundo, el de la era global, tiene su centro en Asia. Es la hora del dragón. Nos empeñados en levantar un muro para salvar mareas y, sin darnos cuenta, el agua nos ha acabado arrastrando hasta la inmensidad del mar océano. Solícitos en la tarea incívica de diferenciar, hemos hecho de un país pequeño un puzle desencajado y ahora, cuando las piezas se desgranan porque el molde está deshecho, el pavor nos arrebata el temple. Irresponsables gobernantes, ciudadanos acomodados cautivos de una mentira amarga de explicar. La imagen de un espejo frente a un espejo, el pasadizo infinito.

Hablamos libremente de asimetría: regiones a dos niveles estatutarios, un euro a dos velocidades, austeridad como contradicción del crecimiento. Empero, pocas voces solícitas se atreven desde la tribuna a desmontar un orden errático. Un país que mató el ahorro, barrió la inversión y por lo tanto llenó de lamparones aceitosos su carta de presentación. Nos miran de reojo con la mirada empapada en de desconfianza. ¿Quién fiaría dinero a unos expertos de la sisa? Pregúnteselo cuando piense por qué los acreedores rehúyen parapetándose en unos intereses asfixiantes.

Nadie presta un duro a cuatro pesetas. Si lo hace, las pérdidas acaban recayendo en el abnegado ciudadano que con tragaderas paga sus impuestos. Al final sólo le queda la duda reiterada de si una reducción del mes a quince días le haría llegar al final del mismo sin sentir el roce del nudo áspero de la soga deslizándose por su garganta.