Mitt Romney ofrece la estampa de los actores que Hollywood reclutaba protocolariamente durante el siglo XX, para encarnar al presidente de Estados Unidos. Inarticulado, pasmado. En cambio, Obama representa la silueta presidencial que impone la teleserie El ala oeste de la Casa Blanca, a través del irresistible y exótico Jimmy Smits. Sin embargo, el aspirante republicano vapuleó al inquilino de la Casa Blanca en su territorio más preciado, el debate cuerpo a cuerpo. Obama no parecía George Clooney, sino Nicholas Cage. O su carisma sobrenatural se ha oxidado a velocidad alarmante, o tiene muchas ganas de irse. Del enfrentamiento televisado y de su actual trabajo.

El telespectador se sintió doblemente defraudado, por el marchitamiento de la leyenda de Obama y por los errores de los cronistas que denigraban a Romney como un alfeñique, como el muñeco del novio en el pastel de bodas, como el jefe de recursos humanos que te está despidiendo mientras te habla. Desde la madrugada del miércoles es el mormón diabólico. Sigue teniendo el rostro mandibular de Artur Mas, pero ni Jordi Pujol se toma ya a broma al actual presidente de la Generalitat.

Habrá que aportar argumentos desperdigados que sustenten las conclusiones arriba expresadas. Obama repasaba, con la intensidad que solo garantiza la ignorancia, los apuntes del debate cuya preparación había descuidado. Romney miraba al frente, el presidente esquivaba a su contrincante para perderse en el vacío. El fosilizado moderador fue aplastado asimismo por el aspirante, que ignoraba sus admoniciones y reprensiones con la soberbia de un señor feudal.

Para seguir en la Casa Blanca no basta con vivir allí. Obama mostró una abulia suicida, mientras Romney le reprochaba que condujera a Estados Unidos tras la senda del peor ejemplo del mundo también llamado España. De acuerdo con el provincianismo norteamericano, solo se nombró a dos países ajenos, la imperial China como prestamista y el depauperado horizonte español. El camino o path o pathos hispano, el trágico destino griego transplantado a la ribera occidental del Mediterráneo.

A diferencia de Hollande ante Sarkozy, Obama no defendió a España ante Romney. Ni siquiera se defendió a sí mismo. Recordaba a Zapatero entregando La Moncloa, tras cumplir precisamente con las órdenes de Obama. El aspirante republicano habla de ´los pobres´ con la displicencia caritativa que Rajoy reserva para ´los parados´. Ahora bien, el PP debiera guardarse de paralelismos, porque el entusiasmo de Romney al defender a los Estados federados contra la succión de Washington no encaja con el nacionalismo de la derecha española.

Si el Romney del miércoles surge de una probeta, hay que felicitar a los spin doctors Jekyll que han engendrado a este Mr. Hyde. Casi convence a la audiencia de que la iniciativa privada mejora en todo al Estado, hasta que se recuerda „desde aquí, porque a Obama se le olvidó„ que apenas si paga un 19% de impuestos, menos que un desempleado español pero con una fortuna millonaria. Hace cuatro años, el mundo se preguntaba si estaba preparado para el primer emperador negro. Hoy debe plantearse, quizás con dolor, si puede aceptar al primer líder universal con cuentas corrientes en Suiza y las Caimán.

Los presidentes suelen descuidarse en los debates que siguen a su primer mandato, pero Obama dejó solo a un Romney que se enseñoreó de la pantalla. Los sabios que menospreciaron al aspirante republicano predican ahora que los enfrentamientos televisados no hacen mella en un electorado definido „el titular «Rubalcaba gana a Rajoy y nada mas»„.

La actitud letárgica ante el televisor es la única esperanza para que Obama se vea obligado a quedarse en la Casa Blanca. Contra su voluntad.