Cada amanecer nos ofrece un día más, igual y diferente a los ya vividos. La cadencia del tiempo puede llevarnos a sopesar la monotonía de las horas o a la impaciencia por abrir lo que nos puede regalar el futuro „próximo y remoto„ envuelto generosamente con una esperanza cierta. Día a día la vida no deja de ser una aventura llena de novedades, tan sólo tenemos que desempolvarla del engaño de tantas apariencias que ocultan su auténtico brillo. La alegría de vivir se teje sobre un extenso entramado de poca apariencia del que salen auténticas obras maestras. Es lo de siempre contemplado con una perspectiva superior que realza su valor. En estos tiempos de crisis puede parecer un contrasentido pero no porque cada día se estrena con la belleza de un nuevo amanecer que da luz y sentido a cuanto acontece. Estamos tan acostumbrados a lo cotidiano que podemos olvidar su grandeza. Todo en la vida tiene un sentido. Descubrirlo es tarea personal, haciendo caminos a golpes de nuestras pisadas. No hay tarea ni ocupación por insignificante y pequeña que sea que no adquiera un valor eterno cuando se realiza según el querer de Dios. Gente corriente que hace las mismas cosas que sus congéneres, inmersos en las encrucijadas de la sociedad, ciudadanos de un mundo que aman apasionadamente, esforzándose porque sean divinos todos los caminos de la tierra.

Fue un 2 de octubre, fiesta de los Ángeles Custodios, cuando San Josemaría, «el santo de la vida ordinaria» (Juan Pablo II), fundó por inspiración divina el Opus Dei, camino de santificación en el trabajo profesional y en los deberes ordinarios del cristiano. Gente de toda clase y condición trata de vivir, a trancas y barrancas, según las enseñanzas de este santo. Es una llamada a la santidad y al apostolado, a la luz del Evangelio. La respuesta es tan libre que quedó subrayada con la frase «porque me da la gana», utilizada por el propio fundador del Opus Dei. Así todo adquiere una luz especial. Creer y querer. En el pórtico del Año de la Fe, convertir todos los momentos y circunstancias en ocasión de demostrar a Dios que le queremos es desempolvar la realidad de nuestra existencia de todo lo que nos aleja de su presencia. El día a día, nuestra vida cotidiana envuelta en la certera esperanza de una felicidad que supera los sueños más ambiciosos. Quizá sea cuestión de hacer un poco más de caso a ese Ángel que Dios nos ha dado a cada uno para que nos ayude y guarde en la tierra y nos guíe hacia el cielo.