El 11 de septiembre ha sido el 39 aniversario de uno de los golpes más crueles en la historia de América Latina. El general asesino Augusto Pinochet se convirtió en el verdugo de su propio pueblo, el que había llevado democráticamente al frente de izquierdas de la Unidad Popular al Gobierno constitucional presidido por Salvador Allende.

Como ocurrió el mismo día, aunque en años distintos, a la masacre del Word Trade Center, apenas hoy si se recuerda en el mundo la vileza de los militares chilenos, apoyados por la Iglesia y por Estado Unidos, contra la constitucionalidad democrática, de la que también padecimos en nuestro país a partir de aquel terrible 18 de julio de 1936 («Igual en Chile como España€ La espada y la cruz, de nuevo, se han juntado», escribiría Rafael Alberti).

Siempre se dijo que el cobarde militar chileno no se hubiera atrevido a dirigir aquella operación golpista sin el apoyo de los Estados Unidos que, a través de la CIA y de su embajada, incitó al golpismo; y no sólo en Chile (recuérdese el golpe argentino de Videla) sino en otros países del continente americano. Hace unos días ha quedado refrendado por la desclasificación de más de 20.000 documentos en EEUU que confirman que este país instó y apoyó el golpe de Estado en cuya capital, Santiago, se están llevando los documentos que fueron entregados al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos por el director del Chile Documentation Project del National Archive de la Universidad George Washington, Peter Kornbluh. En dichos documentos se recoge de forma muy clara la intervención de Estados Unidos en el golpe del 11 de septiembre de 1973 y su apoyo al régimen militar.

La documentación recoge una conversación de junio de 1976 entre el general Pinochet y Henry Kissinger (el inspirador del genocidio y responsable de la ayuda militar y económica al régimen fascista de Pinochet) ofreciendo todo su apoyo. «Deseamos que el suyo sea un Gobierno próspero. Queremos ayudarle y no obstruir su labor. Está usted siendo víctima de todos los grupos de izquierda del mundo y su mayor pecado no ha sido otro que el de derrocar un Gobierno convertido al comunismo», dijo el norteamericano al chileno un poco antes de pronunciar un hipócrita discurso sobre Derechos Humanos ante la OEA.

Esa desclasificación ha probado que dos años antes del golpe de Estado, la CIA ya presionaba a los militares y empresarios poderosos de Chile, y la propia ITT, a favor de un golpe contra Allende. Pero el tiempo pone a cada uno en su sitio. A los héroes y a los villanos, a los valientes y a los cobardes, a los fascistas y a los demócratas, al imperialismo colonizador y al socialismo democrático. Y ahora, en este mes de recuerdos tristes, cuando en Chile se había levantado la bandera de la justicia, recordamos las palabras que el presidente Salvador Allende dirigió a su pueblo antes de que los militares atacaran con aviones el Palacio de La Moneda, antes de que Chile fuera suspendido en su Constitución y lo gobernara un asesino con una pandilla de militares traidores que, como él, han quedado para la historia de su país como los golpistas criminales más sangrientos de su historia.

Y aquellas palabras de aliento y esperanza antes de su muerte, las del presidente legítimamente elegido, forman ya parte de la memoria de un pueblo, de la dignidad de aquel presidente muerto en su propio palacio presidencial, que se negó a rendirse al fascismo militar: «Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse.

Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor». Unos días después, el escritor Gabriel García Márquez nos recordaba también el terrible acontecimiento: «El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en nuestras vidas para siempre». Y eso es lo que ahora yo también recuerdo, en honor y gloria al presidente Salvador Allende, para que no se olvide aquel criminal atentado contra la democracia.