Cuando leáis esta nota de pésame indudablemente estaréis tan afligidos como el resto del movimiento animalista internacional, que en todo el mundo, consciente de la tragedia acontecida el pasado 11 de septiembre, se rasgó en esa fatídica fecha sus vestiduras de color verde esperanza en señal de duelo, rabia e indignación por la muerte de Volante, cambiándolas por las de luto riguroso en memoria identificativa con el color de la descuartizada piel de este nuevo mártir.

Víctima ese aciago día de la macabra acción directa de una manada de medio millar de animales inhumanos sedientos de sangre, que se transforman en cazadores por el simple placer de disfrutar a costa del sufrimiento de un ser vivo infinitamente más débil y frágil, en comparación con la fortaleza y dureza de una jauría de mezquinas fieras. Viles hienas, que atrapan y matan por diversión a estos nuevos mártires de la cristiandad en un espectáculo absolutamente despreciable, que convierte a esta población vallisoletana en un gran circo romano, donde una turba de fervorosos aficionados e incondicionales partidarios de esta sangrienta masacre aplauden y gozan con vehemente e irracional entusiasmo de esta terrorífica persecución. Linchamiento rematado con la inevitable ejecución de un animal desamparado legal y socialmente, asustado y acosado por una muchedumbre incontrolada y enfurecida, sin posibilidad de defensa y protección de la acusación de no ser humano. Culpabilidad agravada por el hecho de ser toro y bravo, circunstancia esta última todavía por demostrar, por la que termina siendo condenado a muerte por una multitud sádica e inclemente, que le cierra las puertas a cualquier oportunidad de rebasar la línea del indulto.

Beneficio este que no se le ha permitido recibir a Volante, valeroso vikingo armado solo de casco, reclutado a la fuerza y enviado a una gloriosa y segura muerte, combatiendo contra un enemigo, que le supera numéricamente en una proporción como mínimo de uno a quinientos y dotado además de afiladas lanzas de una longitud de hasta tres metros. Valiente soldado, que negándose pacíficamente a violar las fronteras de la Vega, actitud que se interpreta como una declaración de guerra, lo que convierte este terreno en un campo de batalla, fue atacado a traición a la vez por ambos flancos de forma ilegal en terreno neutral.

La muerte injusta le alcanzó ajusticiado por un verdugo, elegido aleatoriamente por un cruel y forzado destino, y que este año ya tiene nombre y apellidos, de los cuales no deseo acordarme; pues pasa a engrosar una larga lista de sicarios. Asesinos a sueldo que, pretendiendo lograr como única ganancia la fama inmortal, ni siquiera ha quedado recuerdo de ellos. Sucesión de sanguinarios e inmisericordes sayones, que se inició como mínimo en 1534, primer año del que se tiene constancia escrita de la existencia de esta infame gesta, que distingue a un matarife como autor principal de una hazaña reprobable, que denigra a toda la colectividad, que la propicia. Asesinato promovido y aclamado por un populacho inconsciente de la gravedad de un acto sacrílego sustentado por la complicidad de una congregación de más de 30.000 falsos peregrinos, que supuestamente vienen a participar en la celebración de las fiestas patronales en honor a la Virgen de la Peña.

Auténticos turistas llegados anualmente a Tordesillas principalmente desde Castilla y León, pero también de diversos puntos de España, fieles a una tradición en la que se vierte ancestralmente el fluido vital de un toro. Oblación ritual que riega secularmente una vega que, lejos de ser fertilizada por el río rojo de la vida, reniega de esta inmolación, volviéndose cada vez más estéril, negándose a dar fruto.

Todos los novenos meses del año la madre Tierra escupe la sangre virgen procedente del sacrificio blasfemo de uno de sus vástagos predilectos, el Abel de más nobleza y fortaleza, ofrecido por caínes fratricidas y soberbios, que se creen con el derecho de usurpar la potestad divina de decidir sobre la vida o la muerte de las criaturas que gozan de su paternal protección. Fanáticos seguidores de una tradición que se ha terminado convirtiendo en una traición a la condición humana y a la voluntad divina, que abomina de estos espectáculos sangrientos asociados a las festividades y solemnidades del calendario religioso. Celebraciones en las que se rinde culto paradójicamente al creador de la vida, generando muerte, profanando lo más sagrado, inmolando un ser sensible, que es un don de la naturaleza y cuya existencia debería ser respetada, valorada, considerada inviolable y defendida en grado máximo precisamente por los devotos creyentes. Religiosidad hipócrita, que bendice con su silencio cómplice y con su participación el derramamiento de sangre de una víctima inocente en un holocausto impío repetido generacionalmente de forma anual con la connivencia de todo un pueblo, Tordesillas.

En esta localidad vallisoletana se ha perseguido, acorralado, torturado y asesinado con premeditación y alevosía a Volante, representante de una especie maldita compuesta por bueyes, vacas y toros, condenada y castigada por la maldición de haber sido elegidos los primeros como bestias de carga, los segundos para explotación ganadera y los últimos, reservados dentro de la heterogénea población bovina, para marginar de ellos a una serie de individuos.

Especímenes con unas determinadas características, seleccionados para crear la supuesta raza del toro de lidia, creada artificialmente por los ganaderos apartando, entrenando y condenando a estos bóvidos a ser protagonistas involuntarios pero obligatorios en diferentes espectáculos taurinos, como las corridas o los encierros, en los que son inmolados para diversión del hombre.