Decía el teórico de la comunicación Marshall McLuhan que el mundo, por obra y gracia de los medios de información, había ido reduciendo su tamaño virtual con cada nuevo invento.

Así, habíamos pasado de vivir en un universo primitivo separado por distancias sociales y físicas infranqueables, a una más reducida galaxia Guttemberg, gracias a la imprenta, y de ahí a la constelación Marconi, gracias a la invención de la radio. La televisión, para McLuhan, había reducido nuestra sociedad al tamaño equivalente de una aldea global, donde lo ocurrido en la otra parte del planeta se convertía en nuestra realidad cotidiana de esta parte gracias a la sensación de cercanía que provocaba el nuevo medio. Claro que Mcluhan murió en 1980, no sin antes protagonizar una escena memorable cuando hizo un cameo en la película de Woody Allen Annie Hall.

Sin embargo, visto lo visto en los últimos años, la auténtica aldea global es la que ha creado internet y las redes sociales. Y si no, que se lo digan a la concejal de Yébenes Olvido Hormigos, que ha visto su intimidad violada y expandida en cuestión de días gracias al impresionante poder viral de los social media.

Y es que la televisión consigue en realidad una falsa sensación de familiaridad y cercanía. La gente, es cierto, se encuentra en medio de su sala de estar asistiendo al desvergonzado striptease de las vidas ajenas gracias a los reality shows. Pero es una impresión falsa. En la televisión no hay apenas participación real del público, solo los que asisten en el plató al espectáculo en directo y no siempre. Sin embargo en las redes sociales, no-

sotros, el público, somos los protagonistas, los que decidimos dar dimensión el evento y propagar la fama. No son los productores, guionistas o editores en las bambalinas del estudio. Las estrellas mediáticas en internet las creamos y las destruimos nosotros a golpe de compartir en facebook, de enviar tuits o de pasar un vídeo a través del whatsapp.

El caso de la concejal socialista de Yébenes es paradigmático. Primero hubo una difusión rápida del vídeo de marras entre los habitantes del pueblo. Ahí, al agotarse el ámbito de la aldea real, pareció detenerse la ola. Sin embargo, días después y de forma completamente inesperada, la ola se reactivó con mucha mayor fuerza arrasando como un tsunami todo lo que se le ponía a su paso. ¿Qué había sucedido? Pues ni más ni menos que, ante una historia con el suficiente interés humano y sobrada de morbo, no hay obstáculo que se interponga a la fuerza de las redes sociales. El eslogan de youtube dice ´broadcast yourself´, que podría traducirse por ´crea tu propio canal´. El eslogan de las redes sociales podría ser más bien: «Difunde tus intimidades y las de tus vecinos impunemente».

Resulta especialmente interesante también analizar el rápido cambio de actitud de la masa internauta, que cada vez se parece más a esas agrupaciones de pequeños o no tan pequeños animalitos, sean hormigas. bancos de arenques o manadas de ñus, que actúan en bandadas movidos aparentemente por alguna forma de inteligencia superior, al ser capaces de moverse y cambiar de dirección de forma brusca y aparentemente ordenada.

Así, después de una reacción inicial donde predominó el cachondeo general y los comentarios más bien despectivos y de mal gusto, y ante la reacción avergonzada de la afectada, que expresó su deseo de dimitir para escapar de la tortura a la que estaba siendo sometida, la red, como un solo organismo, reaccionó poniéndose de parte de la concejal. Lo que antes habían sido peticiones de dimisión, se convirtieron en muestras de apoyo y de soporte a su continuidad en el cargo. Apoyos que llegaron de su partido, lógico, pero también de lugares tan aparentemente improbables para algunos como Esperanza Aguirre o González Pons. En cualquier caso estos políticos solo actuaron, con mayor o menor sinceridad, a favor de un movimiento que ellos no habían creado. Fue la red, ese concepto inaprensible de masa mediática informe, la que ya había establecido el veredicto de inocencia (para Olvido) y de culpabilidad (para los difusores de su intimidad). Inapelable.

En cualquier caso, gregarismos aparte, creo personalmente que resulta confortable vivir en una sociedad donde la difusión involuntaria de una intimidad sexual carece de sanción moral. El follón está montado ahora a cuenta de averiguar si fueron sus adversarios políticos los que hackearon deliberadamente el vídeo y le dieron difusión pública para provocar un perjuicio. Si fue así, está claro que les va a salir el tiro por la culata. El asunto, hay que reconocerlo, tiene todos los ingredientes de una historia extremadamente contable: una protagonista francamente atractiva, una escena tórrida de sexo en vídeo, intrigas políticas de pueblo, marido destinatario y amigo íntimo receptor efectivo (futbolista, para darle algo más de dimensión lúdica a la cosa). Caramba, solo falta un torero y algún minusválido malencarado, para dotar a la historia de todos los ingredientes necesarios de una película de Berlanga.

En fin, nadie se merece el calvario que la pobre Olvido está pasando en estos momentos, pero lo que es seguro es que, si ella decide echarle un poquito más de carácter a la cosa y se deja algún escrúpulo por el camino, nuestra concejal podría sacarle un importante rendimiento a su desgracia. No sé qué cadena habrá hecho la primera oferta, pero oferta la habrá habido ya sin duda.

La historia de la concejal de Yébenes corrobora lo que hace años leí en un editorial del The New York Times a cuenta del escándalo de la becaria Lewinsky y el efecto que tuvo sobre la imagen y la carrera del entonces presidente Bill Clinton: «A los medios de comunicación nos encantan las crucifixiones. Pero el público, con lo que realmente disfruta, es con los arrepentimientos y las resurreciones». Ánimo, Olvido, los habitantes virtuales de la aldea global están completamente de tu parte. No dejes que te achanten algunos miserables pueblerinos de tu aldea local.