Dicen que Paul Krugman, Nobel de Economía, habla y escribe demasiado. Puede equivocarse alguna vez, pero es de los que prefieren ser esclavos de sus palabras a dueños de sus silencios en tiempos como estos, que identifican el silencio con la aquiescencia en los errores globales. El mayor de todos, la regresión calculada de la democracia a la oligarquía del dinero. Para ello, nada más directo que bajar impuestos a los ricos y ayudas a los pobres, ´gorrones´ de los primeros según entiende Krugman que los califica Ryan, candidato republicano a la vicepresidencia USA. Como buen mormón, el candidato presidencial, Mitt Romney, es hombre de principios y estricta moral. Amplios sectores de su partido desconfían de él por ambiguo e impreciso en la defensa contundente del programa conservador. La reciente incorporación de Ryan a su plancha electoral satisface las exigencias del ala más radical, el Tea Party. Así que el presidente mormón y el vicepresiente católico integrista que desprecia a los humildes, son la alternativa a San Obama.

Los ´gorrones´ son la inmensa mayoría. Antes fueron mayoría silenciosa, como la aludida por Fátima Báñez como masa anuente con los sablazos laborales, salariales y fiscales de su gobierno. Paradójicamente, los silenciosos de la ministra salían -y salen- a la calle todos los días, gritando su rechazo. Los gorrones del come poco y calla mucho se están haciendo muy vocingleros, pero a juicio del candidato vicepresidencial hay que pasar de ellos e ir a lo que importa, que es culminar la revancha contra el llamado ´socialismo real´ y rescatar la división de clases. La fuerza del trabajo ya es una vieja metáfora marxista arrinconada por la modernidad del capital. No es extraño que un talento como Krugman critique el republicanismo USA de hoy. Acaba de escribir que «si las ideas monetarias de Ryan se pusieran en práctica, contruibuirían en gran medida a reproducir la Gran Depresión».

Con ese designio de potenciar a cualquier precio uno de los polos de la riqueza, tan necesario pero no superior al otro, dijo Rajoy hace pocos meses que «los pueblos solo progresan cuando se piensa a lo grande». Sin duda se ha arrepentido, como de aquello de «soy yo quien ha presionado a Europa». También nuestro presidente prefiere ser esclavo de sus palabras, y menos mal, porque ya menudean las quejas por lo poco que habla. Lo malo es que la grandeza y las presiones nos han puesto a punto de rescate, con el único consuelo de llamarlo de otra manera. El ministro alemán de Economía, Schauble, conservador como el griego Samarás, acaba de negarle un plazo más desahogado para salir del déficit. Tampoco él se muerde la lengua, pero sus palabras son concluyentes, he ahí la pequeña diferencia. Para que nadie se llame a engaño, ya ha hecho el cálculo de la exigua diferencia entre salvar a Grecia o expulsarla del euro. Cálculo monetario, claro está, el único que pesa en la evanescente poética de la unificación europea.

La transformación del estado de bienestar en una sociedad de clases que se describe en el binomio acumulación/despojo (o capitalistas/gorrones) se hace a cara de perro en ambos lados del Atlántico. Desafiar así la estabilidad democrática entraña riesgos excepcionales, que ya ven algunos del primer bando. Robert Elliott, presidente de uno de los grandes bufetes financieros de la City londinense, afirma que «la cultura de la avaricia tiene que ser erradicada».

Pues ojalá, usted. En rigor, los gorrones del mundo no piden otra cosa.