Siempre que ocurre un hecho luctuoso similar, se acude a los psiquiatras, psicólogos y otros expertos en la conducta humana intentando encontrar explicación a unos hechos que nos impactan emocionalmente y que inquietan nuestra conciencia como seres humanos.

Una explicación tranquilizadora habitual, pero por lo general falsa, es que el sujeto que ha podido cometer actos tan execrables, como el asesinato premeditado de sus hijos de 2 y 6 años que presuntamente ha cometido Bretón, es que está «mal de la cabeza». La atribución de una conducta tan anómala a una enfermedad mental nos tranquiliza en la medida que asume que los sujetos «normales» (nosotros) nunca seríamos capaces de hacer algo así.

Los estudios realizados al respecto informan, sin embargo, de lo contrario: los enfermos mentales no son más agresivos o desalmados que la población general. Sí pueden ser algo más imprevisibles, dado que sus actos, en ocasiones, vienen derivados de sus delirios o alucinaciones.

Pero, en general, la inmensa mayoría de los actos de maldad humana es realizada por individuos y/o grupos de sujetos tan normales como podemos serlo todos nosotros.

Estudios psicológicos realizados tras la II Guerra Mundial (Experimento Milgram), dirigidos a intentar entender el por qué una gran mayoría de alemanes había colaborado voluntariamente con el régimen genocida nacional-socialista, encontró que, por desgracia, en determinadas situaciones sociales, la mayoría de los seres humanos somos capaces de torturar y matar a otros congéneres.

Es por tanto necesario admitir, que en la mayoría de nosotros operan fuerzas o motivaciones malignas que nos permiten en ocasiones superar los reparos que nuestra conciencia humana pone a determinados actos intrínsecos de maldad. Algunas de estas motivaciones estarían presentes en el supuesto asesinato de los niños de Córdoba: Venganza, rencor, odio, despecho, etcétera. Pero hay otros muchos que llenan también las páginas de sucesos de los periódicos (ambición, envidia, xenofobia, extremismos diversos, etcétera).

Los mecanismos que permiten superar los reparos morales son también conocidos: se comienza discriminando al otro, negándole su condición humana: «Son hijos de mi mujer€, a saber si son míos€». O justificando su castigo con excusas diversas: «Se lo tienen merecido€ ahora van a saber quién soy yo€». Y también en otros casos: «Son negros€, no tienen alma€, no son humanos€, son maketos€, son diferentes€».

Existen también ciertos rasgos de personalidad, normales y frecuentes, sin embargo, en la población general, que facilitan la aparición de estas conductas, como la frialdad emocional, la falta de reparos morales, la impulsividad o la ausencia de rasgos de carácter descritos por Cloninger como fruto de la educación: la autodirección, la cooperatividad, o la autotrascendencia. Algunos de estos rasgos parecen coincidir con el caso de Bretón descrito por la prensa, pero no son en absoluto síntomas de una enfermedad mental.

Las conductas malvadas pueden tener un único autor (como parece ser el caso del presunto parricida de Córdoba), o ser producto del envenenamiento ideológico de grupos humanos enteros, lo que da lugar a matanzas genocidas y al exterminio de grupos humanos enteros. Y aunque los primeros llaman la atención de la población, son los segundos los que se cobran mayor número de víctimas.

Hitler, Stalin, Mao, Pol-Pot, Pinochet, etcétera, son sólo algunos de los nombres que nos vienen a la memoria, y los acontecimientos actuales de Siria o los no tan lejanos entre hutus y tutsis, el terrorismo de ETA, del IRA, de la Baader Meinhoff, de las Brigadas Rojas, del extremismo palestino o de Al Qaeda, junto a los asesinos y homicidas reconocidos como Breivick, Manson, Chikatilo, Antonio Anglés (crimen de Alcàsser) y presuntamente Bretón, hacen que debamos tener presente que la maldad existe en el corazón humano y que sólo algunas normas morales, éticas o religiosas, no siempre bien defendidas en nuestra civilización actual, nos separan de la barbarie.