Es una de las fábulas más conocidas: abanderada del carpe diem, la cigarra disfruta del verano cantando sin cesar. La hormiga, en cambio, laboriosa y prudente, aprovisiona el hormiguero para cuando llegue el invierno. De hecho, el relato no es muy distinto al famoso sueño del faraón que narra el libro del Génesis: siete años de grandes cosechas que preceden a un periodo similar de hambrunas. La ciclotimia de la historia, sus ritmos regulares, aunque de violencia impredecible, ilustra la necesidad de preparar con previsión el futuro y no malgastar frívolamente las reservas del mañana. De ello eran muy conscientes las sociedades agrarias, cuya prosperidad dependía en gran medida de compensar los caprichos climáticos. Pero no sólo el mundo preindustrial contaba con esta forma de sabiduría. Para Thomas Jefferson y los padres fundadores de EE.UU., la deuda es la pesada losa que una generación transfiere a otra. En su famoso discurso de despedida de 1961 el presidente Eisenhower lanzaba la siguiente advertencia: «Debemos evitar el impulso de vivir sólo para hoy, saqueando los preciosos recursos de mañana. No podemos hipotecar los bienes materiales de nuestros nietos sin arriesgar también la pérdida de su patrimonio político y espiritual. Queremos que la democracia sobreviva a todas las generaciones venideras, no que se convierta en el fantasma insolvente del mañana». No deja de ser paradójico que, cincuenta años más tarde, los países desarrollados se vean ahogados por un exceso de endeudamiento.

La fábula de la hormiga y de la cigarra, sin embargo, sugiere algunas preguntas: ¿qué debe hacer la previsora hormiga cuando venga el periodo de escasez? ¿Compartir el fruto de su trabajo o negarse a la solidaridad? ¿Aprenderá la lección la indolente cigarra? ¿Y cómo se transmiten las virtudes? El relato mismo ofrece respuestas contradictorias a estas cuestiones. La versión original de Esopo recuerda que la hormiga entregó unos pocos granos a su hermana la cigarra, con la moraleja de que recapacitase para otra vez. El texto de La Fontaine, por otra parte, concluye que es ilusorio pretender modificar la naturaleza de los hombres y que la cigarra efectivamente morirá.

Hace unos días, el filósofo búlgaro Tzvetan Todorov reflexionaba en la prensa sobre el papel del egoísmo y de la cooperación en el futuro de Europa y, por ende de las sociedades civilizadas, a la luz de esta fábula: «Los hombres-hormigas no se compadecen de la desgracia de los hombres-cigarra, a los que consideran responsables de su propio destino. El llamamiento a la moral natural no siempre basta para superar nuestro egoísmo. También puede intervenir la razón para demostrarnos que la búsqueda del interés inmediato impide defender nuestros intereses a largo plazo».

Cabe argumentar que los países ricos del Norte €con Alemania como campeona de la ortodoxia€ se han hartado de subsanar los desmanes del empobrecido Sur y que ahora, simplemente, hacen valer su mayor habilidad para gestionar la escasez de recursos económicos. Está además la desconfianza hacia unos gobiernos incapaces de poner en práctica las reformas estructurales necesarias, más allá de una agresiva política de recortes. Pero la historia nunca es tan lineal, ni mucho menos tan maniquea.

Las sociedades no funcionan meramente enfrentando el interés individual con el colectivo, sino que se articulan desde la responsabilidad y la cooperación. Sospecho que, así como el Club Med (Italia, España, Grecia, Portugal) tendrá que aceptar un rápido €y cruento€ proceso modernizador, a Alemania no le va a quedar otra opción que asumir una parte de las pérdidas.

Llegados a este punto, la disyuntiva es clara para Europa: o inflación o suspensión de pagos. No caben ya, por tanto, soluciones estrictamente morales, sino sólo apaños dolorosos. Enrocarnos en dogmáticas o negar la realidad confiando en que el tiempo diluirá los problemas no conduce a ningún lugar. Me temo que un largo purgatorio se encuentra a la vuelta de la esquina.