Acerca de la soberanía y la supremacía de los Estados y sus ciudadanos debemos tener en cuentas algunos aspectos que parecen, a día de hoy, arrinconados, aparcados del contexto que supone la vorágine financiera del día a día.

Soberano es aquello que se rige y gobierna por sí solo, decide sobre el mismo y no admite otra soberanía distinta dentro del mismo territorio; por tanto, si un país pierde toda capacidad de decisión sobre su presente y éste se ve continuamente amenazado, provocando decisiones imprevistas, exclusivamente encaminadas a satisfacer las pretensiones de fuerzas ajenas a la voluntad soberana, pasamos de una situación de independencia a otra completamente opuesta de sometimiento. Cuestión esta última sobre la que Alemania tiene mucho que decir, gracias a su profusa experiencia mantenida a lo largo de los últimos quinientos años de Historia en Europa, y especialmente en el último cuarto del siglo XIX y el primer tercio del XX, desde los sistemas bismarckianos, que no dejaron de ser tramas intrigantes, protagonizadas por Alemania, con el único motivo de aumentar su poder sobre el resto de países, obsesión que les ha caracterizado desde antiguo.

Por este motivo me sorprende que la canciller alemana manifieste que deban efectuarse modificaciones en los tratados que tuvieron que hacerse hace veinte años. Frágil memoria tiene; hace veinte años la Unión Europea estaba realizando un esfuerzo titánico: unificar las dos Alemanías, que habían sido separadas como consecuencia de los conflictos bélicos que provocaron por dos veces en dos décadas nuestros acreedores más implacables, quienes solo a modo de curiosidad deberían haber dejado de pagar los desmanes de la primera contienda en 1.988.

Estoy convencido de que no dejarán esta vez a medias lo que verdaderamente les interesa: la nueva Europa que está renaciendo bajo la batuta de la extorsión financiera. El ´mercado´ se percibe como algo irremediable, fatídico, que nos arrollará más pronto que tarde, sin que se pueda hacer nada para evitarlo. Alemania, que provocó el genocidio de millones de individuos —concepto que se acuñó como consecuencia de su industrialización de la muerte—, protagonista en solitario de la desolación absoluta de casi toda Europa, nos vuelve a someter a su merced: crear países dependientes de una deuda perpetua cada vez mayor; productores de bajo coste sin privilegios de ningún tipo, con un Estado del Bienestar dinamitado, donde el futuro sea trabajar el doble para ganar la mitad que un trabajador alemán.

En fin, hablar de soberanía en estos momentos no deja de ser chocante, casi anecdótico, cuando los señores de negro en persona o por videoconferencia nos marcan el ritmo de nuestras decisiones en todo momento. Pretender que un país tenga gobernantes capaces de decir basta a esta continua agresión que nos arrincona, menoscaba y somete, que seamos menos corderos por fuera y menos lobos por dentro es mucho pretender.

Ante este panorama, con una devaluación real del país próxima al 50% y teniendo en cuenta nuestros mercados e indicadores —renta variable y fija; inmobiliario, PIB, etc.—alguien debe empezar a plantear el presente y, lo más importante, el futuro, en el que se contemple la posibilidad de volver a ser una nación y un Estado soberano, lejos de socios que no pretenden otra cosa que sumirnos a un mayor empobrecimiento; en definitiva, que los hagamos poderosos a nuestra costa, casi dueños de naciones y poblaciones cada vez mas menesterosas. Esta es la situación actual y el futuro acreditará este panorama. El tiempo corre en nuestra contra.