El uniforme español para los Juegos Olímpicos, que tanto se ha criticado aquí, es un gran éxito en las tiendas de Londres y se está vendiendo como pan caliente. La imagen olímpica de España como una rara coyunda entre el estilo de vida pastillero, el folclor transilvano, y la decoración de interiores de la jaima del coronel Gadaffi gusta mucho a los extranjeros, que nos ven como Españistán. Los compradores de nuestras prendas son rusos (cuando hablan del «alma trágica rusa» se deben referir a la tragedia de tener estos gustos), ucranianos, algún autobús de refugiados turkmenos y kazajos —con el mismo universo estético de ese desopilante Borat del cómico británico Sacha Baron Cohen y su inolvidable tanga-trikini masculino— y sobre todo muchos ingleses. Ni un español.

Los que no compran el uniforme español para los Juegos Olímpicos son los españoles, no sólo porque con la recesión nos gustaría olvidar de dónde venimos (excepto cuando ganamos al fútbol) sino porque, mientras que a los españoles aún fantaseamos con vestir de sastre de Saville Row, a los londinenses lo que les tira es confundirse con el ´nen de Castefa´.

Esto ayudará a desmontar de una vez por todas la teoría de que los ingleses son árbitros de la elegancia. No. El inglés tipo es ese señor con calcetines color champán (ese tono irreproducible inventado por los empresarios de mamparas de metacrilato para el baño) y camiseta oficial de lycra de Bosco Sports con la bandera de España. Cuando la boda de la infanta Elena en Sevilla se dijo que el Príncipe de Gales, ataviado con chaqué gris perla (el perla, otro color referencial de mampara para el baño), representaba los valores exquisitos de la Gran Bretaña. Pero al único que representaba el Príncipe Carlos era a sí mismo. El Príncipe de Gales vestía así no a propósito sino a pesar de su país. La gran contribución a la elegancia popular del siglo XX no fue británica sino norteamericana (el estilo preppy de sus universidades). Las clases altas de las islas nunca han representado al resto de clases, que van con la camiseta del equipo de su barrio hasta que ha llegado la ropa rojigualda de Bosco Sports a pegar allí el pelotazo.

Hay algo en las tradicionales carreras de caballos de Ascot, por ejemplo, que ya nos debió anticipar que algo iba mal con la elegancia británica. Esas desaforadas pamelas como esterillas donde acostar cómodamente al caballo. Se empieza yendo con pamela a las carreras de Ascot y se acaba comiendo sandía en Benidorm con el chándal español de Bosco Sports abierto hasta el pubis. Los industriales de esa marca rusa han resultado ser avispados, porque el mercado natural de nuestra equipación patriótica... eran los guiris. Son los que compran nuestras piezas porque siempre han admirado de España cosas que las encontrarían con más facilidad en un carromato zíngaro donde estuviera Elsa Pataki vendiendo ejemplares de La Farola.