Tengo en Mazamor unos amigos y un mar conocido, y tengo la fortuna de mis ojos que me enseñan la paleta cromática de su puerto, los artefactos romanos de plomo en el Coto y los almagras de las minas alzadas en una montaña mágica de colores mineros y viejos sueños desvividos. Hablo de Juan, de Miguel, Pablo y Pedro, y de otros a quienes recuerdo con el mismo sentir de aquellos días, de Manolo Acosta y Antonio Segado del Olmo.

Iba con Pepe Lucas y unos tertulianos de un bar que ya no existe como era, o no existe para mí porque el tiempo me ha dejado solo, lejos de aquel mar de los amigos. Hablo de Párraga y Hernández Cano buscando viejas cajas de pascado para hacer una exposición de acrílicos y poemas. Hablo de lo que pasaba aquí. Por aquí pasó todo, y era el mundo el que yo vivía.

A mí me gusta el mar más que por sus olas por el recuerdo que tengo con mis hijos mojándose la cabeza para que el sol les refrescara para jugar en la arena de la playa. Y me gusta porque vuelvo a ver aquellos versos en granito que escribía siendo un poeta maldito que no cambiará jamás. ¿Te acuerdas?

Fuimos a un faro donde se estrellaban por la noche sus luces en sus olas, a una playa de arena, solitaria, a una calle perdida que tenía mi nombre. Me sentí tan abrumado€ Era hace años, pero entre playa y playa y ola y ola susurraba en el tiempo la esfera que me habita. Y luego aquella isla, donde estabas mirando en una foto sin tiempo y tu cara asombrada y tus ojos despiertos.

Se acordarán mis hijos de que en La Pava se cerraban las olas. Las veía en el retorno de la memoria y eran las mismas olas como caras de agua recordando que el tiempo allí no pasa, aunque aquí pasa todo.

Mazamor es un símbolo de viaje en el verano y es también un milagro de árabes y cristianos, una leyenda inefable que desata sus fiestas, una lumbre de hoguera, unos amigos en verano y en invierno. Y es un viaje de alegría desbordada, de sentirme como en casa, de recuerdos y amigos. Y es también la tristeza de que faltan aquellos que yo tanto quería.

Pero Mazamor me da el paisaje de aquellos años que revivo cuando puedo. Aquellos versos donde me estrechaba en abrazos que es lo que uno se lleva. Y después, cuando iba, aunque sentía nostalgia, repetía mis pasos, mis sentidas palabras, los alumbres de sus montes y los paseos por sus calles. Por aquí pasó todo lo que era poesía. Por aquí pasa todo.

Al lado ya del mar, en el Puerto, se le oía a Pepe Caride decir aquellos veros de Lope, mientras el maestro Palmita tocaba una guitarra con ecos persas, de cuando él enseñó a tocarla a Soraya, aquella princesa de ojos de oasis. En fin, la vida. Y así te lo cuento, Para que sepas que aquí, muy cerca de donde ahora vivo, se hace sentir el levante que viene de Tiñoso, donde mi amigo Gabriel en la barquita de su cuñado se asombró al ver levantarse de las aguas una ballena, que eso creía hasta que, finalmente, emergió de las aguas un viejo submarino de la Armada Española. Y no se puso firme, sino que salió corriendo a todo lo que le daban los remos. Dios mío. Lo que no pase aquí, en estos mares murcianos.