En estos momentos que atravesamos, sacudidos por el huracán ´crisis´, no puede uno dejar de plantearse aspectos tales como la educación. Sobre todo cuando uno es maestro de primaria. Pero como resulta que un servidor es también un confeso amante de la literatura, la cosa va más allá. Y por combinación de ambas facetas, la de docente y la de escritor, distintas a primera vista, ha surgido esta reflexión.

Cuando lees una buena novela, la narración te transporta, el ritmo fluye y no prestas atención a la estructura, al uso de las comas, a la reiteración excesiva de adjetivos. Uno se deslumbra con la trama, es envuelto por las descripciones de los paisajes, la profundidad de los personajes. Un todo mágico te acoge y te abstrae del fluir del tiempo. No hay ni siquiera ocasión de mirar la portada para leer el nombre del autor. Sólo nos interesa qué ocurrirá en el siguiente capítulo y en el otro y en el otro€ Cuando la narración es perfecta la arquitectura que la sustenta se vuelve invisible. Hay armonía.

Lo mismo ocurre con la educación. Cuando hay un número satisfactorio de maestros y los alumnos están debidamente atendidos todo discurre con naturalidad. Cuando las aulas no están del todo abarrotadas, hay recursos materiales y los profesores reciben unos sueldos adecuados la maquinaria funciona y nadie presta atención a los andamiajes que mantienen el artefacto escolar.

Pero, ¡ha llegado la crisis! Ahora se comienza aumentando el número de horas a los docentes. Se suprimen, por lo tanto, seiscientos profesores en la Región. Se aumenta la ratio por aula que es un eufemismo para decir que «se hacinan a los niños para que no haya que asumir más gastos». En definitiva, se está haciendo de esta bonita historia, que es la educación, un mal cuento de estructura endeble, cimientos mediocres, profesores (digamos que son los personajes de la novela) poco creíbles y pobremente dibujados (digamos considerados y remunerados). Todos miramos el título del libro para no comprar más ejemplares de este autor. Un escritor, pongamos Administración, que traza con evidente prisa el argumento de una narración atiborrada de errores morfosintácticos, acentuaciones equivocadas€ (Todos sabemos que Educación lleva tilde en ´niño´ y no en ´dinero´), etc.

Una fantástica fábula de valores, de esfuerzo, de conocimiento que se transforma indefectiblemente en un oscuro drama sobre el fracaso. Y mal escrito, además.

En resumen, esta historia no hay quien se la crea. Algo ´chirría´. Quizá, el ingenioso lector ya habrá advertido que la razón principal para no dedicar más medios y esfuerzo a este maltrecho best-seller es que no hay, al fondo, una editorial para lucrarse de sus derechos de autor. Y por esa razón no es aparentemente rentable, no interesa. Pero no nos engañemos: los beneficios, o perjuiciosde esta historia en varios tomos llamada ´Educación´ son la formación y la cultura de nuestros hijos. ¿No creéis que se merece un final feliz?