Un empresario ejemplar, Juan Roig —propietario de Mercadona— declaró hace unos días que en España hay una falta de correspondencia entre nivel de vida y productividad del trabajo. Lo de la baja productividad española se ha convertido en un mantra del discurso económico actual, tatareado por profesionales, representantes de la patronal, políticos y tutti quanti se consideran en condiciones de realizar proclamas sobre la delicada situación que atravesamos. Justamente hace un año, la canciller alemana se despachó con la siguiente frase: «Deberíamos hacer todos los mismos esfuerzos; no podemos tener una unión monetaria donde unos tienen muchas vacaciones y otros muy pocas». Lo cierto es que, a lo largo de 2010, el número de horas trabajadas por persona ocupada en España se elevó a 1.960, un 5,9% más de la cifra correspondiente a Alemania: 1.851.

Ante tal evidencia reflejada por el Eurostat, el director del Instituto de Política Económica de Alemania —Juergën Donges— se vio obligado a los pocos días a matizar: «Es cierto que en España el número de horas trabajadas por persona ocupada es mayor que en Alemania, pero la productividad laboral es significativamente más alta en mi país que en España. Y este es el quid de la cuestión». Pues bien, vayamos a dicha esencia.

La productividad del trabajo es el producto generado por unidad de tal factor: horas, personas ocupadas€ A nivel agregado —para una economía nacional— se utiliza como medida del producto el PIB corregido por la paridad de poder adquisitivo (PPA), para que el cálculo no sea sesgado por los niveles diferentes de precios en los países que se comparan. Es decir, el cálculo de la eficiencia en la asignación del factor trabajo no puede quedar adulterado por el hecho de que, por ejemplo, el coste de la vida en Japón es mucho más elevado que en Brasil. Si, para poder contar con datos de 2011, utilizamos como medida del trabajo las personas ocupadas, el nivel de la productividad española se elevaría a 62.601 euros PPA que, por tanto, sería la aportación media por empleado al PIB español a lo largo del año anterior, situándose en 59.911 euros PPA en Alemania. Por tanto, la producción de bienes y servicios finales generada por persona ocupada es en nuestro país un 4,5% más elevada que en Alemania. Como todo en economía, el cálculo anterior se puede matizar o enriquecer, pero cualquier profundización ulterior debería guiarse por este primer resultado y no por las supuestas verdades de una amplia gama de banqueros.

Productividad laboral y coste salarial forman un binomio indisociable. En términos de PPA, el coste por asalariado en España en 2011 —incluidas cotizaciones empresariales a la Seguridad Social— se situó en 33.668 euros, ligeramente por debajo de Alemania: 34.520 euros. Por tanto, el coste laboral por unidad de producto, que es simplemente el cociente entre el coste salarial medio y la productividad del trabajo se cifró en ese mismo año en un 53,8% en España, por debajo del 57,6% de Alemania. Es decir, la fracción de la productividad laboral que los empleadores deben orientar a la retribución del trabajo asalariado que contratan es significativamente inferior en nuestro país.

Añadamos que en Francia se situó en un 58,8%, cayendo al 55,3% en Italia. Sobre la cercanía de esos niveles mejor será reflexionar en otra ocasión, pero de las cuatro grandes economías de la Eurozona es, actualmente, en España donde el reparto de las rentas entre los dos factores, trabajo y capital, es más favorable al segundo.

Por consiguiente, por término medio, no es por el lado de los costes del factor trabajo donde nuestras empresas adolecen de falta de rentabilidad y competitividad sino que habrá que desentrañar otros factores entre los que, sin duda, se encuentra los elevados costes derivados del alto grado de endeudamiento en el que incurrieron en la última fase expansiva (1996-2007).

Y Mercadona es un excelente ejemplo de que la competitividad empresarial es perfectamente compatible con retribuir al trabajo con una mayor remuneración media que las empresas de la competencia porque, entre otras cosas, un plus salarial —o el recurso a la contratación indefinida como norma general por parte de Juan Roig— puede propiciar un mayor grado de implicación de la plantilla que se gestiona con los objetivos empresariales lo que, a su vez, incentiva la mejora de la productividad laboral.