Hay que reconocer que el ministro que se ha sacado el invisible —y sobre todo inaudible— Rajoy para llevar la cosa de la Educación en España tiene una virtud: ha puesto de acuerdo, pese a sus intereses contrapuestos, a casi todos los que componen la comunidad universitaria en contra del decretazo que parió hace un par de fines de semana, para justificar el bestial recorte económico que va a imponer a la Universidad pública. Desde la Conferencia de Rectores, que tuvo una reunión esta semana en nuestra capital al final de la cual hizo público un comunicado rechazándolo, hasta las Asociaciones de Estudiantes, pasando por los restantes colectivos que la integran, todos coinciden en que el decreto de marras irrumpe en el ámbito universitario no ya como un elefante botsuanero sino como toda una manada de mamuts en una cacharrería, originando un movimiento telúrico cuyas repercusiones son difíciles de prever. He dicho ´casi todos´ porque ha sido un selecto ´grupo de expertos´, elegidos por criterios desconocidos, el que inspiró, en un pis pas, la norma publicada en el BOE; pero incluso en ese grupo hay disensiones: uno de ellos, al leer el texto en cuya gestación participó, ha emulado a Ortega y Gasset cuando dijo, respecto de la II República Española que él había contribuido a instaurar: «No es esto, no es esto». Con una diferencia: mientras el filósofo dijo aquello en septiembre de 1931, medio año después del nacimiento de la República, nuestro experto ha llegado a la misma conclusión en una semana.

Personalmente, debo agradecerle al señor Wert dos cosas: me ha rejuvenecido y me ha hecho comprender. Cuando, tras denodados esfuerzos por conseguir entrar, dada la masiva asistencia de universitarios de toda condición, en el, en principio, amplio local en el que había sido convocada, asistí a la asamblea que el Comité de Resistencia en defensa de la Universidad Pública destinaba a debatir el decreto, fue como si hubiera dado un salto en el tiempo y estuviera en una de aquellas multitudinarias asambleas de PNNs en las que participé cuando era veinteañero. Y fue allí, de pie al fondo del local, mientras atendía a lo que se decía, cuando experimenté una epifanía laica, si es que tal cosa es posible, inducida por una cuestión que un compañero con el que había acudido al acto planteó: si hay que hacer recortes, ¿por qué ese empecinamiento en cebarse en dos aspectos tan definitorios de lo público como la Sanidad o la Enseñanza, a las que se persigue con saña mientras otros gastos, como los de las redundantes Diputaciones que cuestan 20.000 millones al año, no se tocan? Entonces lo vi claro: el ataque, aprovechando la coyuntura, a la Sanidad y la Educación públicas, es el ´eslabón perdido´ que da verosimilitud a mi ya vieja teoría, tantas veces repetida en este espacio, de que no sufrimos una crisis sino que somos víctimas de una estafa en toda regla, fríamente planeada y ejecutada sin piedad, cuyo objetivo fundamental es acabar con todas las conquistas logradas por las luchas sociales del pasado siglo y desmontar el Estado de Bienestar en los pocos lugares del mundo donde existía algo que mereciera tal nombre. Para lograrlo, la privatización de estos servicios es fundamental.

En eso pensaban los que, con la técnica del clásico ´timo de la estampita´, en estrecha colaboración con los diseñadores de la pirámide del ladrillo, tendieron una trampa a base de créditos hipotecarios baratos (fundados en tasaciones engordadas en más del 20%) y generosos (con extras para amueblar la casa, comprar un todoterreno o irse de crucero) que embaucó a tanta gente. Los gestores de las entidades crediticias, que recabaron dinero de fuera para montar el tinglado, sabían lo que iba a pasar, pero no les importó porque se embolsaban los bonus. Ahora, mientras disfrutan de sus fabulosas ganancias sin que nadie les moleste, observan como, en aras del pago de esa deuda a cuyo gigantesco tamaño también contribuyeron políticos de todo signo —aunque la única cabeza de turco haya sido Zapatero, a quien, como al Cid, se le siguen atribuyendo ´méritos´ después de tanto tiempo muerto políticamente— que, por doquier, montaron aeropuertos sin aviones, estaciones de AVE sin pasajeros y universidades sin alumnos, se hace creer a las víctimas, que entre tanto han perdido sus ahorros y/o su trabajo, que no hay más remedio que recortar en lo público. Vía libre, pues, a la ´iniciativa privada´.

¡Que ya está aquí! Un ejemplo: pese a que se sabe que se están ´fabricando´ más médicos de los que harán falta, los ´expertos´ de Wert, y las Comunidades Autónomas, van a permitir, el año que viene, que la UCAM y sus satélites creen más, sin criterios claros en cuanto a su selección y parasitando los hospitales públicos.