España no está en recesión, sino en una severa depresión». Esta rotunda afirmación procede nada menos que del Nobel de Economía Paul Krugman, quien en un reciente artículo afirmaba: «España se encuentra en una depresión en toda regla, con una tasa de desempleo total del 23,6%, comparable a la de EE UU en el peor momento de la Gran Depresión, y con un paro juvenil de más del 50%. Esto no puede seguir así, y el hecho de haber caído en la cuenta de ello es lo que está incrementando cada vez más los costes de financiación españoles». Krugman sigue afirmando que no importa tanto el cómo ha llegado nuestro país a este punto sino el hecho de que las recetas que se están aplicando, lejos de mejorar la situación, van a agravarla. Porque, al inicio de la presente crisis, España tenía una deuda relativamente baja y superávit presupuestario. «También —enfatiza Krugman— tenía una enorme burbuja inmobiliaria, que fue posible en gran medida gracias a los grandes préstamos de los bancos alemanes a sus homólogos españoles. Cuando la burbuja estalló, la economía española fue abandonada a su suerte. Los problemas fiscales españoles son una consecuencia de su depresión, no su causa».

Alemania, la locomotora de la Unión Europea, el país que está ahora imponiendo severas recetas de ajuste estructural a toda Europa, tiene, pues, gran parte de culpa de nuestros males. Y no parece que puedan soplar vientos de cambio en virtud de un hipotético relevo en el Elíseo. François Hollande ha afirmado que, si llega a la presidencia de la República, no va a cuestionar en lo fundamental los cimientos del actual eje franco-alemán, lo que implica que poco van a variar las severas políticas de rigor presupuestario que se están aplicando.

Sobre la enorme responsabilidad de Alemania en el actual empantanamiento que se observa en relación con las salidas a la crisis, es también muy ilustrativa la opinión de Rafael Poch, corresponsal en Berlín del diario La Vanguardia. En entrevista reciente de Ángel Ferrero, miembro del comité de redacción de Sin Permiso, Rafael Poch nos recuerda que la competitividad de los productos alemanes se produjo a partir de la reducción gradual de las rentas salariales y de la generalización de la precariedad laboral, lo que multiplicó los beneficios empresariales y permitió la acumulación de una enorme bolsa de capital. Las empresas alemanas —y no los alemanes— invirtieron gran parte de esos beneficios en el exterior, capitalizando la estafa inmobiliaria de Estados Unidos, la destrucción del litoral español y buena parte de las fantasías irlandesas o griegas. A su juicio, desentenderse de eso y hacer ver que la situación es resultado del maniqueísmo entre países virtuosos y manirrotos, denota una gran desvergüenza, porque «el problema no es nacional». Al igual que Krugman, opina que la crisis fue desencadenada por el sector privado, especialmente por los bancos que financiaron la pirámide inmobiliaria que se desmoronó. Y aclara: «Que hoy el debate esté centrado en la crisis de la deuda pública, y no sobre el casino que la ocasionó, se debe, fundamentalmente, a que el poder financiero controla Gobiernos y medios de comunicación e impone la leyenda que más le conviene».

Añade, además, que Alemania rechaza los eurobonos porque su Gobierno es rehén de una leyenda populista, la que afirma que ese país es el mayor pagador de Europa. Su contribución a los rescates europeos es, efectivamente, la mayor en términos absolutos, pero sólo porque su economía y su población son las mayores. «La contribución alemana per cápita es la sexta entre diecisiete países», recalca Poch. Señala la cuota de responsabilidad de España y otros países en ese desaguisado en que la locomotora alemana ha introducido a la UE, cuando afirma: «Si la actitud alemana es obtusa ¿cómo calificar el disciplinado seguidismo masoquista de los Gobiernos de Francia, España y los demás, que ni siquiera defienden los intereses nacionales de una estrategia exportadora y consienten una política que incrementa su crisis? En España ni siquiera ha habido un mea culpa por el ladrillo. Ningún aeropuerto inútil o destrucción del litoral ha llevado a nadie a la cárcel».

Como ven, hay otros puntos de vista. Quedan en evidencia quienes nos han conducido a la grave situación en que estamos.