No, señores: esta Europa no recuerda para nada a la de los logros intelectuales, morales, culturales de pasados siglos; no recuerda para nada a la Europa de Beethoven, de Mozart, de Lutero, Kepler o Galileo; tremendamente sórdida, más cercana al Papá Goriot de Balzac o al Don Mauro de Galdós. No parece la descendiente de la Grecia inventora del loócrates, y sí más a un salón recreativo, lleno de máquinas ruidosas y ´tragaperras´ con la panza llena de monedas escupiendo unas pocas de vez en vez.

¡No derrochar!: obvio. Pero tampoco la usura de entregar tributos a su Banco Central para que preste como quiera y a quien quiera; por ejemplo, a las bancas privadas de sus países miembros, antes que a los Estados, olvidando absolutamente sus más brillantes ideas, las de la Ilustración, aquellas de la igualdad, justicia y fraternidad humanas, que la de libertad la usa sólo a título mercantil.

No, no podemos marginar la organización de todas las cuestiones económicas, pero concedamos a la infraestructura su lugar, al servicio de todos los demás bienes humanos. Junto a ´Marta´ hace falta una ´María´, pero no lleguemos a tergiversarlo todo para hacer de nuestras vidas piezas al servicio del mercado.

Ay, Europa, que empiezas a recordar más al imperio de los Reich —todos obligados a marcar el mismo paso, con el mismo pie—, que a la de frente ancha y alambicados pensamientos, la de Kant, la de Hegel, la de Marx o Sartre... ¡Cómo estás marchitándote! Más pareces más triste oficina de empréstito que reunión de países medianamente avanzados. Decían que viniste de Fenicia, raptada por el mismo Zeus bajo la forma de un toro blanco, pero ahora, en vez de hacer honor al abecedario sobresales más por tus artes mercantiles, recontando monedas con cuidado de recoger el polvo del metal para forjar otras.

Y es que hete aquí que ahora, antes que declamar que todos los hombres somos iguales, te dedicas a salvar a los ya ahítos y dejas indigentes sin sonrojo a tantos de tus hijos. Clamas por la libertad, pero una libertad fingida, como señaló Marx, mucho más inteligente y certero de lo que lo asumimos, sin haberlo leído muchas veces ni por el forro: la libertad de la teoría económica de principios del XIX, la de Smith o Ricardo, no es auténtica, porque es más libre siempre quien más tiene, para hacer lo que quiera, o para sacar adelante a su familia. El capitalismo nos dice: eres libre, como todos lo somos, mendigos o potentados. ¡Cambia de empresa, muévete, actúa, eres libre para todo eso! Cinismo: cualquiera sabe que los libres son los que tienen, sin entrar a ver cómo lo han conseguido. Lo cierto es que el que tiene puede vivir y el que no, no.

El siglo XX pareció comprender que no era conveniente ser tan ruin y fue permitiendo el tejido del Estado del Bienestar, para que los servicios básicos estuvieran al alcance de todos: de sus trabajadores, de los discapacitados, de todos los hombres. Pero ahora, en las vacas flacas, le vemos de nuevo al capitalismo —como en el XIX— su verdadera faz: en las vacas gordas es fácil repartir migajas; en las flacas no nos tiembla la mano para volver a esclavizar a los que sostienen todo precisamente con su sudor. Y esto es más contradictorio, más paradójico si nos damos cuenta de que las vacas han enflaquecido no por satisfacer a quienes menos tienen, no por la progresiva implantación del Estado del Bienestar, sino por el derroche y el juego incesante de casino, por la incesante especulación de los más poderosos.

Ay, Europa, no tan honrosa: colonizadora, dictatorial y ahora desfigurada hasta el punto de simular tus feas arrugas con el cosmético de no tener números rojos, pero permitiendo que tus países sean tratados como prestatarios que se endeudan hasta las cejas, en manos de prestamistas sin ningún escrúpulo, que los exprimen hasta la última gota de sangre para mantener el neoliberalismo más crudo que cada vez comienza a beneficiar a menos gentes. ¿Cuándo volverás a lucir tus galas, no de ricachona fingida, sino reflexiva, buscando soluciones para todos los hombres, iguales por definición, y empíricamente, como puede constatarse mirándoles al nacer y morir?

Todas estas reflexiones pueden ser aprobadas a la vez por personas de izquierdas y por los que de verdad se sientan cristianos; por toda persona de bien. Sin embargo, parece que nuestros legisladores, bien pertrechados y apoltronados, en gran medida sostenidos por los dineros de los de abajo, legislan sin temblarles el pulso para los más pudientes, y más o menos nos dicen: «Lo hacemos con mil amores, para que todos nos salvemos».

Pero, ¿qué podemos esperar de ti, Europa de nuestras entretelas? ¿Cómo contentar a nuestros hijos sin futuro, a los más desfavorecidos, a nuestros ancianos, que deben de fastidiarse porque lo has gastado todo por el Estado de Bienestar, cuando sabemos que no es cierto, pues la codicia de la especulación, la libertad descarada en las finanzas, el descuido de los ricos ha enflaquecido y parece querer seguir enflaqueciendo más día a día tus cofres?

Y nosotros que renunciamos a nuestra propia moneda pensando que nos uníamos a la Europa de los grandes valores sociales y culturales..., que recibiríamos beneficios nunca antes alcanzados ¿Podrás levantarte en algún momento nuevamente sobre ti misma para dar a luz ideas realmente emancipadoras para todos? ¿No podrías tomar de nuevo la tarea de repensar un nuevo ´orden´ más justo, de diseñarlo y de discernir cómo llevarlo a la práctica?