Vivimos una época convulsa, de eso no cabe la menor duda. Tenemos la obligación de adaptarnos, de ceder, de apretarnos el cinturón hasta más allá de lo que hace pocos años ni tan siquiera podíamos imaginar. Es verdad. Pero lo que no podemos hacer es resignarnos.

Según el Diccionario de la Real Academia, la resignación es la «entrega voluntaria que alguien hace de sí poniéndose en las manos y voluntad de otra persona». Pues bien, esa resignación no puede ser exigida a la ciudadanía por quienes han obtenido mayorías absolutas para gobernar. Sin embargo, eso es, desgraciadamente, lo que estamos viviendo. Los españoles, y los murcianos aún en mayor grado, no debemos considerar un cheque en blanco las mayorías que hoy en día ostentan nuestros gobernantes.

No podemos someternos a unas voluntades que no cumplen con lo prometido, que intentan revivir un pasado felizmente superado, que pretenden acabar con lo conseguido después de años de esfuerzo y lucha: unos derechos tan nuestros como el aire que respiramos. No debemos resignarnos a perderlos ni a que nos hagan creer que lo que tenemos nos lo están regalando. Porque no es así. Nuestra Sanidad —universal, pública y gratuita—, y nuestra Educación son derechos adquiridos a base de esfuerzos que nadie debe ni puede tocar.

El Partido Popular ya ha desmontado la Ley de Dependencia, y, con ello, ha liquidado el derecho a una asistencia digna para aquellas personas que por razones de edad o de discapacidad no pueden valerse por sí mismas. Han liquidado su derecho y el de sus familias. No han buscado, que las hay, soluciones alternativas. No tienen la suficiente voluntad política para aplicarlas, no creen en ellas. Nunca han creído.

Lo más triste de todo, lo realmente triste, es ver cómo los Gobiernos de Valcárcel y de Rajoy anteponen de manera continuada los intereses de su partido político al de los ciudadanos. Estamos hartos de comprobarlo: un presidente del Gobierno de España que no da la cara, que busca cualquier excusa para justificar sus políticas restrictivas y, si es echando la culpa a otros, mejor.

Y qué decir de nuestro presidente regional, Valcárcel. Como lorquina conozco bien, demasiado bien, su forma de actuar. Es verdad. Nunca lo he votado. Pero es mi presidente y espero de él que defienda lo mío, que también es lo suyo. Pero, en lugar de hacerlo, permite, con la connivencia y la sumisión del alcalde de la Ciudad del Sol, que las ayudas que legítimamente corresponden al pueblo de Lorca no lleguen. Mala suerte la de Lorca. Mala suerte la de los lorquinos, que sufrieron una desgracia natural en plena campaña electoral. Esperemos que no haya que esperar a la próxima para que empiecen a solucionar problemas.

Pídannos comprensión. Pídannos flexibilidad. Pero no nos pidan que seamos sumisos cuando tan sólo queremos un futuro para nuestros hijos, quizás no mejor, que no están los tiempos para pedir mejoras, pero sí igual al que nuestros padres soñaron y lograron para nosotros.