Hace veinte años celebramos el V Centenario del momento histórico en que unas canoas cargadas de indios y metales preciosos salieron a la mar al encuentro de tres carabelas financiadas por Isabel I de Castilla y le gritaron a Cristóbal Colón, que estaba asomado a la borda de La Niña:

—Dadnos un Dios y un Rey, contagiadnos viruela, gripe, sarampión y tifus y a cambio os entregaremos, con sumo gusto, oro y plata como estos que veis.

Fue el V Centenario del Encuentro de España y América, como intentó ser llamado. Trae al recuerdo aquella conmemoración esta celebración actual, los doscientos años de la Constitución de 1812, una Pepa que triunfó antes que Marisol y que, ingenuamente, creíamos que había tenido una carrera más corta que la cantante. Pues no. Desde ahora sabemos que «La Pepa», la primera Constitución española, ganó, se quedó entre nosotros y su espíritu —dice este Rey— ha de servir para afrontar «las serias dificultades de España» y su enseñanza (ha dicho este presidente) es que «en tiempos de crisis no hay que tener miedo a hacer reformas», en frase polisémica que sirve igual para despedir barato a los trabajadores españoles que para intentar sin éxito despedir rápido a los socialistas andaluces pero que no sirve para la ley de 1812 de la que se aprendió (hasta estos días) que no había que fiarse de un Borbón (de Fernando VII por lo menos) y que la política moderna en España tardaría en imponerse, razonablemente, siglo y medio largo más y sólo después de sucesivos abortos constitucionales, golpes de Estado, pronunciamientos, simulacros de democracia, dictaduras, dictablandas, dos paréntesis republicanos y varias guerras civiles parciales y una total.

Hasta ahora la historia de esta Constitución era la del fracaso de la modernidad española pero ahora, en la historia vestida por la guardarropía de época de Cornejo, la vemos triunfar.

¡Viva la Pepa! ¡Y viva Marisol!