Hace poco se ha conmemorado el 70 Aniversario de la muerte de Miguel Hernández. Fuimos a Oleza una hermosa mañana de sábado (31 de marzo) desde Murcia, acompañados por Soledad Inglés, Pura Muñoz, Andrés Mellado, Lola Jara, José A. Serrano y por la hija de éstos, Claudia, que estudia el último curso de Bachillerato. El viaje, de poco más de veinte kilómetros, siguiendo el lustre invernal de los limoneros y naranjos que flanquean la antigua carretera a Orihuela, era para algunos de nosotros un viaje simbólico en el tiempo, vital y testimonial. En 1976, Pura llevó a su prima Lola Jara, de la edad entonces de Claudia, a la anterior cita histórica en el pueblo de Miguel, uno de los primeros homenajes al poeta, todavía clandestino, donde estuvo Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Caballero Bonald, y actores y artistas como Enrique Morente, Raimon, Lola Gaos. En aquel año numerosos pintores se sumaron a la iniciativa de llenar de arte las fachadas del barrio de San Isidro, uno de los más humildes de Orihuela.

En esta ocasión se trataba de recuperar y remozar aquellos murales y también de pintar otros nuevos, con las manos de los artistas invitados y, sobre todo, de los más jóvenes admiradores del poeta. Los pintores Pepe Aledo y Pepe Rayos colaboraron en la organización del proyecto, a los que se sumaron otros como Pedro Marcos, Eva Ruiz y su taller de pintura, niños de los colegios e institutos públicos de Orihuela, Ramón Palmeral (desde Alicante), Lucía Izquierdo y la Fundación Miguel Hernández con Aitor Larrabide a la cabeza, y desde Madrid, Antonio Gutiérrez, Hijo Predilecto de Orihuela, exdiputado del PSOE y exdirigente de CC OO.

Precisamente Antonio, junto con su mujer, Cecilia, nos hizo de anfitrión a los murcianos y nos puso frente a la fachada (una de las 43 recuperadas) en que estaba renaciendo el Guernica de Picasso.

Arte y compromiso con los valores humanos, con la difícil y digna tarea de hacernos humanos, entre todos, codo con codo. Ningún tiempo pasado fue más duro o más difícil para los que se comprometieron con esa lucha desde sus circunstancias históricas y personales, desde la vocación que a cada uno le llamara. Ahora, afortunadamente, en España, no se juega uno la vida, la cárcel, el exilio, como tantos se lo jugaron todo en este país; pero no por ello es menos duro la coherencia, el testimonio, el compromiso a vida con los valores humanos.

Padecemos hoy un grave riesgo: ser incomprendidos, incluso despreciados por la fronda de la sociedad consumista. Y otro riesgo, aún peor: abandonarnos a la corriente. Miguel Hernández y otros antes sabían lo mucho que importaba lo que defendían.

Hoy ¿lo sabemos?