Recuerdo que de pequeño y, después, siendo adolescente nos decían que había que dejar el mundo un poco mejor que como nos lo habríamos encontrado. Era una forma de solidaridad con las generaciones futuras, teniendo en cuenta que el mundo era de todos. Recuerdo que en catequesis nos decían que la creación pertenecía a Dios y, por tanto, todos los seres humanos, sin ningún tipo de excepción, teníamos el derecho a disfrutarlo y la obligación de cuidarlo. La verdad es que nos lo creíamos.

Decían que había que ser buenos, buena gente, que teníamos que ayudar, respetar, querernos, perdonarnos y que los bienes y las riquezas son de todos.

A partir de esta concepción de la existencia y de la sociedad, se creía que la vida hay que vivirla y dejar vivir a los demás. Con esta ilusión la gente buscaba su trabajo, ahorraba para tener una vivienda y en el tiempo libre disfrutaba de la vida con los amigos y la familia. Entre tanto, se luchaba por la democracia, por su consolidación, por la conquista de los derechos sociales y laborales, sin descuidar las obligaciones con la propia sociedad. Si alguien no tenía vacaciones, se luchaba para que las tuviera, no para que los que tenías vacaciones dejaran de tenerlas. Los derechos eran derechos. Costó mucho que la sociedad se articulara entre derechos y deberes.

Había grupos que luchaban por la justicia, como la plataforma 0,7, grupos ecologistas, movimientos de solidaridad con los empobrecidos, estuvieran cerca de nosotros o en el continente africano, grupos en defensa de la paz… En el fondo, una sociedad de bienestar social, aunque dejaba mucho que desear y con muchísima contradicciones.

Pero, hay alguien que ha decidido que esto no podía seguir así, porque consideran que el planeta Tierra le pertenece en exclusividad y que el resto del mundo es desechable. El único valor que tiene la persona y la naturaleza viene dado si sirven para aumentar sus cuentas o para defender sus intereses; por ejemplo, muchos de los políticos.

Les da mucha rabia que personas puedan disfrutar de la vida, de los bienes, de las cosas. Piensan: ¡qué insolencia que un obrero pueda disfrutar de la vida y tenga derechos! Se consideran dioses, dueños de la vida y de la muerte, que tienen en sus manos todo el poder y la capacidad de influir. Están ellos (el 1%) y el resto (el 99%). Este 1% ha decidido que la gente viva la vida con angustia, con resignación, sin alegría y sin futuro ni para los padres ni para sus hijos. Han decidido que la incertidumbre y la dificultad económica y la pobreza envuelvan el día a día de la gente.

Han logrado poner de rodillas a los Gobiernos, fomentan guerras para acaparar los recursos naturales y de paso vender sus armas, destruyen la naturaleza con tal de una mayor beneficio a corto plazo, están comprando hectáreas de cultivos de alimentos básicos como son el maíz para especular en la Bolsa, sin importarles que va está conllevando el aumento de muertos por el hambre. Quieren acallar todo y a todos lo que se opongan a ese mundo que ellos consideran perfecto; por eso, el control de los medios de comunicación es fundamental. El engaño, la mentira, la manipulación son herramientas fundamentales hasta lograr el pensamiento que han fomentado: No se puede hacer nada; hay que conformarse; si no hay, qué le vamos hacer; donde no hay, no hay; algún día se arreglará etc. Hasta han hecho ver que los derechos son privilegios, que nos enfrentemos los unos a los otros: los trabajadores cualificados con los no cualificados, los pobres de aquí con los de allí, y así sucesivamente.

Hay quienes han decidido esto y está en Wall Street, en la City londinense y demás centros bursátiles, en el Banco Central Europeo, en las grandes corporaciones como Goldman Sachs, en las multinacionales, en el Fondo Monetario Internacional, en el Banco Mundial, en el Club Bilderberg, en los bancos, en los fondos de inversión. Los Gobiernos europeos acatan estas decisiones y actúan como brazo ejecutor.

Pero, también hay quienes, dentro de ese 99% de la población, han decidido que otro mundo es posible y necesario. Que a pesar del desasosiego, el desgarro de ver cómo años de conquistas sociales están desapareciendo en poco tiempo, de sentimientos de rabia e impotencia y de frustración de no entender cómo no es posible que no se haya producido una gran rebelión, mantienen el pulso y resisten a la imposición de un mundo basado en la desigualdad, la explotación y la manipulación. La esperanza en Europa está en estos movimientos de resistencia y lucha. Ánimo, y seguimos luchando.