Un curioso malentendido niega al PP la obtención de la mayoría absoluta en Andalucía. En realidad, los populares disfrutaron de una holgada superioridad en las autonómicas, desde que se convocaron las elecciones hasta que comenzó el recuento. En ese momento, la hegemonía se diluyó en un marcador ajustado, que hubiera sido meritorio de no haberse anticipado el aplastamiento en las urnas. El fenómeno reproduce la percepción de la situación económica española, espectacular hasta que llegó el instante fatídico de la rendición de cuentas. La frase «España construye más casas que la suma de Francia, Reino Unido y Alemania» sirvió a la vez como emblema de la euforia y como resumen de los vicios que condujeron al descalabro posterior.

El fugaz Gobierno andaluz del PP no sólo demuestra que este partido ha estado a punto de superar la velocidad de la luz, al igual que los neutrinos, sino que las mayorías absolutas son cada vez más relativas. Las autonómicas han sumido en el desconcierto a los analistas y han ahondado el descrédito de los fabricantes de sondeos, porque no cabe asignar otro título a un trabajo que aumenta en veinte puntos las expectativas de una formación, sin detallar los procedimientos seguidos para esta inflación. Su error final iguala al porcentaje de su invención.

En el símil infinito, las estadísticas políticas se han degradado al nivel basura de los pronósticos económicos. La incertidumbre se ha adueñado de Rajoy, que no precisa de un estímulo excesivo para hundirse en un mar de dudas.

A una semana de distancia, no consta una sola explicación coherente del viraje andaluz. Es probable que no exista ninguna. Los ciudadanos abundan en canales para expresarse directamente, por lo que se muestran remisos a exhibirse a través de intermediarios como los sondeos de opinión. La farsa en que ha degenerado la interpretación pseudocientífica de la voluntad popular será sustituida por el hallazgo de enunciados más arriesgados, pero no menos válidos. Por ejemplo, «Arenas no será nunca presidente de Andalucía». La aplicación de este sencillo dictamen hubiera ahorrado dinero y disgustos al PP.

Las autonómicas han enriquecido la Semana Santa andaluza con un conjunto escultórico de un valor iconográfico indudable. En la revisión del Calvario escenificada tras el recuento, Arenas representa al hijo muy amado de Rajoy. El presidente que no llegó a ser viene flanqueado por Fátima Báñez como recreación de la Magdalena, en tanto que Cristóbal Montoro es el discípulo que sostiene el cuerpo desfalleciente de su preceptor. Es decir, el candidato que tuvo fe en los pronósticos, la autora de la huelga general y el artífice de los recortes. Tres errores en uno.

La pasada semana se ha adelgazado notablemente el volumen de artículos que celebraban al actual Gobierno como el más consistente en lustros. Incluso se ha examinado con cierto retraso el escaso vigor laboral del currículum de la ministra de Empleo, acuñado de cargo en cargo.

Los populares conservan su hegemonía pero, a raíz de las andaluzas, se requiere cierta audacia para sostener que repetirían sus arrasadores resultados de 2011. Lo cual conduce a una meditación sobre los plazos políticos en la era de la instantaneidad. ¿Aceptarían los ciudadanos que, en una fecha determinada, debieran pronunciarse sobre el restaurante al que acudirán en exclusiva durante los cuatro próximos años, o los productos que utilizarán en ese plazo? Las elecciones han dejado de ser excluyentes, los compromisos han reducido su firmeza y plazos de vigencia. Si la labilidad se ha adueñado del matrimonio, resulta hipócrita la extrañeza ante un comportamiento idéntico en otras parcelas.

El laboratorio andaluz ha desmontado la cantinela de que los votantes emigran de PSOE a PP. Los socialistas irreductibles han desertado hacia refugios vecinos o se remansan en la abstención. Las autonómicas también han corregido la polarización en torno a la figura de Zapatero. Las elecciones de 2011 desmontaron el bipartidismo perfecto que gobernaba España, escorándolo hacia los populares. Se transmitió la fabulación de que la erosión de los partidos dominantes se centraba exclusivamente en uno de ellos. La erosión afecta por igual al símbolo de la derecha, aunque la urgencia era desalojar al inquilino de La Moncloa. Ahora, Andalucía puede rebelarse ante Rajoy con la misma contundencia utilizada por el presidente del Gobierno para desafiar a Bruselas en torno al objetivo de déficit.

Tony Judt ya advirtió de que los pronósticos económicos y políticos habían caducado. Es una excelente oportunidad para volverlo a leer.