Imprudente, presenté en 1981 un informe de ocho folios en el Comité Regional que el ´exquisito´ cartagenero Antonio García-Pagán tachó de panfleto ignorando qué es un panfleto. En aquel documento daba cuenta de aquellas cosas que a mi parecer no debíamos hacer y me preguntaba si podríamos seguir hablando de ´cien años de honradez´. Alguien ´bienintencionado´ lo facilitó a la prensa y un grupo de compañeros encabezados por Carlos Collado me llevaron a los tribunales en Murcia. No me acogí al fuero de senador y respondí a la citación del magistrado, quien declaró mi inocencia.

Mientras tanto, el partido me abrió expediente de expulsión, siendo el instructor el después famoso Miguel Navarro, de Lorca, que ya empezaba a ´trepar´ para hacer carrera política. Fui expulsado junto con Martínez Ovejero, quien tuvo la gallardía de solidarizarse conmigo.

A pesar de la presión de Murcia, Alfonso Guerra nos mantuvo en el grupo socialista del Senado, lo que agradecimos aun cuando económicamente no nos interesaba, pues en el grupo mixto, al que hubiéramos pasado, se percibía el sueldo íntegro y los pocos que eran se repartían la asignación de grupo, sustancial. Dicho modestamente, preferimos a los compañeros antes que el dinero.

Al terminar la legislatura, Ovejero y yo nos reincorporamos a nuestros trabajos profesionales. Antonio a Galicia como profesor de formación profesional que era, donde estuvo poco tiempo, pues Enrique Barón, entonces ministro, lo rescató de nuevo para la política, y yo a Santander, donde me envió ´por rojo´ el banco. El cargo político me había permitido tomar la excedencia sin perder los derechos económicos muy superiores entonces a los de senador.

Ya antes, el 23F, habíamos dado un espectáculo deplorable, escondiéndonos cada uno donde pudo. Del partido, el alcalde José María Aroca, con la mayoría de sus concejales, se mantuvo en su despacho. Yo estaba de guardia en el Consejo Regional y allí seguí. Fui a casa a cenar y un vecino de escalera, joven inspector de policía con el que coincidí en el ascensor, pues éramos vecinos, me dio ´ánimos´ espetándome descarado: «Esto se lo han ganado ustedes a pulso».

Cené y volví al Consejo sin la más mínima oposición de la familia, que sí quedó intranquila. Pedí a los ordenanzas de servicio que se marcharan a su casa, lo que hicieron sólo ante mi insistencia, pues no querían dejarme. De madrugada salí con Ovejero, que no se movió de su casa en Los Rosales de El Palmar, hacia Madrid con la pretensión de unirnos a los compañeros. Fuimos directos al Senado desde donde se seguían los acontecimientos. El día 24 dormimos tranquilos cada uno en su casa. El incidente quedó saldado pero dejó algunas huellas sin superar. La ´espantá´ de algunos políticos, organizada por el famoso Julio Feo, fue vergonzosa. Por eso y otras cosas en sus Memorias me califica de ayatolá. Era un bon vivant.

Volvamos al 77. Los veteranos del Partido Socialista, muchos de ellos en edad de figurar en listas, dieron un paso atrás para ceder los puestos a los que llegábamos. Álvarez Castellanos y un grupo de veteranos como Valentín M. Campillo, de Molina de Segura; Virgilio Plana, con su permanente sonrisa; Fuentes Yepes, que ahí sigue dando ánimos; Rodrigo García Abenza ´el Maestro Rodrigo´, de Lorquí ; Juan Llamas, de Mula, a quien había conocido en mis tiempos de futbolista del Muleño; José el Zamarreño, de Fuente Álamo, y así en muchos municipios de la Región, fueron la levadura que dio un fruto abundante de votos y unos alcaldes que aportaron prestigio al partido. En Cartagena, la presencia de Diego Pérez-Espejo, diputado del PSOE, era la mejor garantía electoral. En Murcia la dimensión humana y profesional de José María Aroca, cuyo segundo apellido, Ruiz-Funes, nos remonta a la II República, volcó el voto de muchos indecisos de la clase media, temerosos del cariz socialmente bajo con que habíamos despegado en Murcia. Aroca no quería perder la frescura de su profesión que requiere una continua actualización y le sucedió Antonio Bódalo, catedrático de nuestra Universidad, que como buen manchego se apartó discretamente para dejar paso a Pepe Méndez, también de apellido con raigambre republicana. Los tres cuando dejaron sus cargos volvieron a sus profesiones ´ligeros de equipaje´, que dijo nuestro poeta. Ni siquiera una placa, que yo sepa, han merecido.

En ningún municipio se improvisaron nombres. Se buscó y encontró gente de prestigio popular, a veces con pocos militantes como fue el caso de Fuente Álamo, donde Ginés Jiménez barrió sin apenas afiliados. Unos años después algunos de estos alcaldes se creyeron capacitados y ´predestinados´ para empresas mayores y tentados por la ´bicoca´ en que Carlos Collado y después Miguel Navarro convirtieron la Asamblea Regional buscaron y lograron un puesto allí. Descuidaron a sus pueblos y sus pueblos los olvidaron.

La Asamblea Regional sigue siendo el ´maná´ de nuestros políticos y me atrevería a decir que resulta más caro a la Región un asambleísta que a la nación un diputado o un senador. Y ahí sí que están de acuerdo todos los partidos.

Al fracaso grave y continuado, el partido no puede responder como Guiseppe Lampedusa en El Gatopardo: «Cambiemos algo para que todo siga igual».