Las revueltas en el Norte de África trajeron consigo un récord histórico de visitantes a España. El máximo se alcanzó el pasado mes de agosto y, de forma general, 2011 cerró con un crecimiento y resultados propios de tiempos más boyantes. Sin embargo en contraposición a este hecho, se encuentra el paradigma de Murcia con su descenso imparable de la actividad turística. Algo debe ocurrir para que siempre, de una forma u otra, nos quedemos descolgados. No todo es la crisis.

Los empresarios hosteleros —y los no hosteleros—, a la desesperada han reaccionado ante la petrificación de su cartera exigiendo a la Comunidad mayores esfuerzos para atajar el problema (en verdad un conjunto de problemas). ¿Se han detenido ustedes alguna vez a examinar el producto turístico de la Región de Murcia? Quizás lo más coherente sería una profunda revisión del mismo. O mejor, tirarlo todo y empezar de cero. Un destino no se crea en veinticuatro horas, ni tan siquiera instalando gigantescos stands en ferias internacionales o retransmitiendo galas televisivas cuya esencia quedaba definida por los términos bodrio y hortera. El desarrollo de un producto de calidad exige establecer objetivos alcanzables muy claros y acompañarlos de toda una estrategia a largo plazo. Una visión de futuro verosímil alejada de las megalomanías faraónicas.

¿Cuál ha sido el fin único en torno al cual ha girado toda nuestra nefasta política turística durante la última década? La apuesta por residenciales respaldados por las manoseadas Cajas de Ahorro y sus orgías crediticias. De forma escueta consistía en llenar el mapa de resorts para ciudadanos europeos jubilados en busca de una segunda residencia sin atender las cuestiones de base. Las fundamentales. Rota la burbuja los sueños se hicieron añicos como el cántaro de la lechera y claro, en plena recesión afloran las carencias como hienas hambrientas.

En la categoría de sol y playa, salvo contadas excepciones, el producto es mediocre. Las deficiencia en salubridad oferta de ocio y restauración pesan sobre la etiqueta de Murcia. Basta con dar un paseo en verano por el litoral de Águilas, Mazarrón o Cartagena. Los Ayuntamientos costeros —todos— han adorado durante años la pelusa de su ombligo y los ceros de sus arcas. El ordenamiento del territorio, en concupiscencia con el Gobierno regional, se ha realizado construyendo bloques de segundas residencias sin mayor planificación que lo recaudado por las licencias de obra. Esto se trasladó a la fórmula del resort y algún que otro pelotazo de rancio abolengo. La máquina de generar dinero, inagotable en otros tiempos, era la fórmula perfecta de unos recursos abundantes y rápidos para promotores, alcaldes y concejales sin más escrúpulos y miras que su estómago. La maldición de este modelo nos ha conducido al estancamiento. También a la miseria —por qué no decirlo—. El potencial sigue en la recámara esperando ser transformado en un activo de gran valor. ¿Hasta cuándo? Una muestra del cutrerío costero murciano la encontramos en Águilas. A pocos kilómetros, y con unas playas y fondos marinos de inferior atractivo, el municipio almeriense de Mojácar es desde hace tiempo una referencia en el Levante. ¿Casualidad? Lo dudo. Mojácar y Vera han tenido planes de desarrollo turísticos y sus empresarios han sido capaces de establecer sinergias —mejores o peores—. En Murcia vivimos con un antifaz frente mar. Hasta el caos de La Manga podría transformarse por completo. ¿Pero quién se atreve y quién pone el dinero?

En al apartado de turismo cultural se han llevado a cabo ciertas iniciativas casi todas concentradas en Murcia y Cartagena. La ´doctrina Barreiro´ y el ´yo más de Cámara´ han calado muy hondo en el núcleo duro del PP murciano. El patrimonio empezó a ser un filón electoral y la ciudad de las inversiones culturales de moda fue Cartagena. En consecuencia, Pilar y su potente lobby han realizado importantes mejoras. Poco o nada más para el resto, aparte de promesas incumplidas y una falta de compromiso, compostura y mala gestión de un presidente autonómico y su consejero de Cultura y Turismo. De no haber sido gobernada esta región a caballo entre cortijo y rancho podríamos estar describiendo una estampa diferente. La Comunidad debería haber iniciado hace décadas una apuesta decidida por rescatar de la indigencia sus cascos históricos, y así ofrecer al turista una atractiva red de núcleos monumentales llenos de contenido muy próximos entre sí. Eso habría sido nuestra llave de entrada a un selecto club que aporta flujos de caja y visitantes más estables en el tiempo. Eso sin considerar el gran cambio de imagen y ´caché´ asociados. Lejos de seguir esta senda, las oligarquías consideraron el patrimonio como un obstáculo al desarrollo. Un escollo para recalificar el bien inmueble, aumentar al máximo su edificabilidad, bien vaciándolo o derribándolo. De forma análoga se ha especulado con el suelo. Los mandatos de Miguel Navarro en Lorca ilustran esa picaresca con una maestría tan sublime como nociva.

En turismo natural, la Región cuenta con parajes de atributos suficientes para ser declarados Parque Nacional. De los parques regionales el de Sierra Espuña es el caso más llamativo. En 2005 la Comunidad manifestó su intención de solicitar ese estatus para dicho espacio. Quedó en agua de borrajas. ¿Qué intereses particulares bloquearon esta operación? Sobre esto hay abundante información pululante. Otra oportunidad dorada perdida, otro polo de atracción minado.

En cuanto a la promoción los fallos superan a los aciertos, no ya por las desafortunadas campañas como el No-Typical sino porque el problema de raíz persiste. Murcia es invisible, inexistente en el panorama internacional. Y esto no es una broma. Uno de mis hábitos cuando viajo al extranjero es visitar librerías. Entre otras cosas, inspecciono con especial atención las guías de turismo de España. Todas las que he encontrado hasta hoy en Francia, Alemania, Reino Unido, Irlanda, Italia, EE.UU, Canadá, Italia, Portugal, China, Emiratos Árabes o Perú contienen referencias vagas o testimoniales de la Región de Murcia. Un suspiro. Basta observar cómo las grandes editoriales en este género nos dedican muy poco espacio. Como ayuda, no disponemos de citas de autores del impacto de Hemingway, o alusiones de Hollywood, eventos internacionales como la Expo o los Juegos Olímpicos. Tampoco la tradición de poderosas familias aquí afincadas en verano. El mejor paraguas —el único ya— donde refugiarse es la marca España. Esa información es crucial para que el viajero nos elija. En otras palabras: si no estás en el escaparate difícilmente tu producto podrá ser vendido con éxito.

La Región apenas ha figurado en el portal multimedia de Turespaña (salvo un vídeo de pésima calidad sobre la costa). Tampoco ha estado presente en ninguna ruta de importancia o destacada como destino independiente- exceptuando la Semana Santa. Esto además de ignominioso no es casual. Aparte de los motivos e intereses políticos, que los ha habido, el producto de Murcia distorsiona la marca. ¿Se han parado ustedes a analizar todos estos hechos en su conjunto? ¿Tiene algo que ver que la propia sociedad murciana desconozca sus tesoros y no muestre curiosidad alguna por conocerlos?¿Influirá esa desgana en que los mandatarios se escuden en sus mayorías absolutas para hacer y deshacer a sus anchas?

Piénsenlo y si se topan con algún mandamás de la política regional no tengan reparo en reprocharle a la cara lo evidente. A fin de cuentas tienen gente de sobra que les limpie la chaqueta.