Los españoles entienden cada vez mejor mis artículos desde que he renunciado al castellano y los he empezado a escribir en inglés. Naturalmente, el de estas columnas es un inglés traducido, adaptado a unos españoles que no saben el idioma de Shakespeare y de los hooligan del Middlesborough. Pero desde luego trato de que estas columnas tengan la construcción sintáctica del inglés ´comercial´, utilitario, sin el ramaje propio del castellano y con vocabulario de menos de quinientas palabras. Yo antes empezaba frases tan largas que a medio camino había que hacer noche, una vez rebasados un par de desmontes. Lo que siempre ha sido el castellano clásico. Pero con el español ya no vas a ningún sitio en España.

He tenido que pasar mis cosas a la sintaxis anglosajona para que me lean en Puente Tocinos. Escribo trasladando a su equivalente español ese idioma que la inmensa mayoría de mis paisanos desconocen (aunque ese desconocimiento no es tanto como el que sufren con su idioma materno), y les parece que mi castellano ha ganado mucho en sencillez y claridad. Ahora, reconocen, «escribo para el Pueblo». Será el Pueblo de Gibraltar. Los españoles ya sólo entienden su idioma si se lo traducen... desde el inglés. Ya hubo un tiempo en que se alabó la claridad del supuesto castellano de Azorín porque, según Plà, éste «escribía en francés». Antes, cuando echaba mano del español para los periódicos de aquí, la gente decía que no sabía lo que quería decir. «Escribes para listos», me acusaban. Decían perderse entre la maleza de las clásicas oraciones subordinadas, la madre de todas las oraciones en castellano. ¿Qué sería del idioma oficial español sin oraciones subordinadas? Pues sería la única forma de entender el español que va existiendo ya en España.

Cuando el difunto cronista televisivo Eduardo Haro Técglen, que había escrito toda su vida con larga frase castellana, empezó en El País a utilizar una sintaxis impropia de él, telegráficamente, se creyó que lo hacía por falta de espacio en la columna, pero fue para que los lectores lo entendieran. Cuando yo en una frase me extendía un poco y de pronto aparecía un paréntesis o un mechado de palabras entre comas, como el capón relleno de tocino, los lectores se me perdían. El ciudadano español, hoy, a no ser el perteneciente a generaciones que estudiaron con aquellos rozagantes (rozagantes: perdón por la licencia castellana) manuales de ´el florido pensil´, está incapacitado para leer el castellano. El auténtico castellano es un idioma de lontananza, amplio como las vistas de la meseta y tropezado de cantos como la ejecutoria de Urdangarin. Hay que disfrutar de buenos pulmones para aguantar leyéndolo en voz alta sin perder el resuello, hasta llegar al próximo punto y seguido.

Las víctimas de la Logse olvidan lo que han empezado a leer al llegar a la cuarta coma de una frase. Por eso tengo que escribir en un idioma extranjero para que se crean que es el nacional.