Escandaliza que la Administración catalana mantuviera la compañía de aviación Spanair con 140 millones de euros al tiempo que recortaba en sus hospitales y en sueldos de sus funcionarios, entre otras acciones que se apresuró a poner en marcha. Cabe criticarlo pero no escandalizarse porque le falta sorpresa. El lema era «Cataluña necesita vuelos transoceánicos». El mercado no permitía por sí sólo que las compañías de aviación saltaran el charco desde Barcelona y el empresariado, que dice regirse por el criterio del mercado, acudió al sector público, que atendió sus demandas con presteza y constancia superiores a las de enfermos y heridos. «Barcelona necesita vuelos transoceánicos», repetían políticos y empresarios con seriedad de mulo.

El tripartito se reunió con sesenta empresarios para cubrir esa necesidad a través de una sociedad mixta pero por el lado de los (en todos los sentidos) interesados sólo reunió veinte millones de euros. La Administración no apreció su «pasa tú delante que a mí me da la risa» y repitió, muchos años después, los inicios de la aviación comercial, cuando las empresas nacionales llevaban a empresarios y diplomáticos por los cielos y, si además viajaban turistas, miel sobre hojuelas porque abaratan. (Eso explica que vuelen dos clases: bussines y turista. En la primera viajan los negocios que mueven las mercancías; en la turista, el viajero es la mercancía).

Entró dinero del Instituto Catalán de Finanzas, banco público de Cataluña, y de sociedades mixtas del Ayuntamiento de Barcelona, de la Generalitat... El cambio —da igual que sean tres que sea Mas— no afectó a esta convicción plena de políticos y empresarios. Así de desigual es la disputa para decidir en qué se gasta el dinero público, si en «invertir» en que unos ahorren en puente aéreo disfrazado de dignidad nacional o en «gastarlo» en esta gente que siempre está enferma. Ahora, los empresarios empujan a escena a los políticos diciéndose: «Cuéntalo tú, que lo cuentas mejor».