Las gentes de a pie solemos mirar a los banqueros como si fuesen una casta aparte, con intereses radicalmente diferentes de los nuestros. Tan diferentes que muchas veces nos sentimos expoliados por ellos. Expoliados nosotros y recompensados ellos con ayudas públicas. Es cierto que el capital financiero ha sido el causante de esta crisis que las mismas gentes de a pie padecemos en nuestras carnes y nuestros bolsillos.

Uno de los factores que la desencadenaron fue el maremoto de bonos basura puesto en el mercado por entidades financieras sin escrúpulos, entre las que se encontraba la famosa Lehman Brothers, en cuya nómina estuvo precisamente en tiempos convulsos el actual ministro de Economía como jefe del área peninsular €España y Portugal€, y cuya quiebra fue el pistoletazo de salida de la crisis. Además, muchos de los directivos que con su mala gestión llevaron a sus entidades a la situación de necesitar ayuda pública, una vez recibida se premiaron a sí mismos con suculentos planes de pensiones. Estamos en nuestro derecho cuando pedimos que se ajusten las cuentas a esos pajarracos €y pajarracas€ que arruinan empresas pero dejan su patrimonio personal a buen recaudo. Sin embargo, cometemos un error quedándonos en la condena de los bancos y los banqueros de rapiña. Porque, aunque no existe una ´mano invisible´ como pretendía Adam Smith que autorregule los mercados, ni una razón hegeliana en el sistema que acabe imponiéndose por encima de todos los desajustes, es cierto que existe una interdependencia mutua en la compleja sociedad que hemos ido construyendo. Y también es cierto que a todos nos interesa la salud de nuestro sistema financiero.

Estamos viendo que la falta de crédito es uno de los factores que están haciendo tan dificultosa la salida de la crisis. Las empresas y los particulares no encuentran financiación para hacer frente a sus obligaciones o para emprender proyectos. Está claro que con demonizar a los bancos y a los banqueros no vamos a conseguir que el crédito vuelva a fluir y nuestra maltrecha economía se recupere.

Parece, pues, imprescindible que los bancos se saneen. Es sabido que en sus activos se encuentran muchos bienes inmuebles €casas y terrenos€ sobrevalorados. La vivienda, cuyo precio no ha dejado de caer desde el comienzo de la crisis, no ha alcanzado todavía el precio con el que se reactivará el mercado y eso retrae a los compradores. Nadie quiere adquirir una vivienda que sabe que dentro de un año valdrá menos de lo pagado. Por su parte, el suelo ha perdido casi todo su valor y apenas se realizan compraventas de terrenos para edificar. Sin embargo, los bancos mantienen inflados sus balances con esos activos tóxicos. Confían en ir enjugando las pérdidas poco a poco aunque para ello tengan que permanecer en estado de semihibernación durante una temporada más o menos larga. Cualquier cosa antes de dejar patente que sus capitales son menores que los que reflejan en sus contabilidades. Para romper esa situación en la que todos desconfían de todos y como consecuencia el préstamo interbancario también se retrae, se ha propuesto la idea de la creación de los bancos malos. Las entidades bancarias transferirían sus activos tóxicos al banco malo, y así sus balances contables reflejarían el valor real y podrían dedicarse a lo que siempre fue su negocio, el crédito.

El presidente del Banco de Santander, Emilio Botín, ha manifestado su desacuerdo con la creación del banco malo. Botín ha declarado: «El banco malo no me gusta, creo que no es la solución porque sería hacer una cosa que le va a costar dinero al contribuyente y no solucionará que se den créditos». Pues si a Botín no le gusta €léase, interesa€, a lo mejor a los ciudadanos de a pie sí nos interesa. Sería milagroso que a Botín le preocupara que el saneamiento de los bancos, señaladamente el suyo, se hiciese con el dinero de los contribuyentes. La creación del banco malo bajaría, sin duda, el valor de las acciones del Santander y de los bancos que mantienen activos sobrevalorados €es decir, todos€ en sus balances. Dicho de otra manera, la creación del banco malo reduciría el tamaño de los bancos buenos. Como en todo, las panaceas no existen y el problema del saneamiento de los bancos malos no es ninguna fruslería e incluso es muy posible que algún dinero nos costase a los contribuyentes. Lo que hemos de exigir a los gobernantes, aunque sean liberales del PP, es que no se dejen empujar por las presiones de los banqueros. Y que si la solución de la creación del banco malo se considera la más acertada, dispongan lo necesario para que se creen ese tipo de entidades. Todos estamos interesados en solucionar los problemas de los bancos, pero nuestros intereses pueden no ser los mismos que los de los banqueros. A fin de cuentas a nuestros gobernantes actúan en representación de todos los electores y no de los banqueros. Al menos de momento.

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