Noviembre comenzó su andadura con la festividad de Todos los Santos, algunos de ellos quizá paisanos o incluso parientes ¡quién nos lo iba a decir!... En el recuerdo, la vida y obras de los que ya no están en este mundo, muchos casi olvidados, otros latiendo en el querer de nuestros corazones.

Gente de toda clase y condición, flores y oraciones llenan los cementerios. Trasiego de ir y venir (no atrae demasiado la idea de quedarse sin más) en torno al día 2, festividad de los fieles difuntos. El silencio del Campo Santo queda suspendido entre lágrimas y suspiros. Ramos y coronas adornan y perfuman lápidas y panteones. La plegaria consuela al afligido. Misas y sufragios pidiendo indulgencia al Dios de cielo y tierra.

La muerte nos enfrenta a la vida al tiempo que ésta la encara en el día a día. Vivir y morir, conocida y extraña moneda de cambio en el tiempo para la vida eterna. El concurrido peregrinar por los cementerios, especialmente durante los primeros días de noviembre nos lleva de modo natural a un diálogo sincero con quienes nos precedieron y con cuantos nos encontramos caminando entre la vida y la muerte, a veces más

muertos que vivos por razones de edad, salud o circunstancias de la más diversa índole.

Resulta curiosa la cantidad de cadáveres políticos que tratan de resucitar de cara a las elecciones. La fecha, 20N ojalá sea premonitoria de un —no se asusten— ¡Arriba España!... de-mo-crá-ti-co que supere la crisis y haga desaparecer el espectro del paro. Estamos más muertos que vivos en medio de una tumba abierta por la insolvencia y el despilfarro, la ausencia de valores y la falta de una política eficiente. A lo hecho pecho. Cada cual entone su mea culpa y a poner todos los medios para volver a empezar.

Rectificar ya no pertenece sólo a los sabios sino a cuantos quieran sobrevivir. Repasar las páginas de nuestra vida teniendo como testigos a tantos muertos no tiene por qué dejarnos más muertos que vivos pero ayuda in situ a comprobar lo (?) que nos podemos llevar a la tumba y qué cosas merecen realmente la pena.

Sabemos, más o menos, la fecha de nuestro nacimiento pero no la de la muerte —que, recordando a Delibes, sigue estando en el camino—, por eso es aconsejable tener preparado el equipaje, a ser posible ligero.

Entre dos fechas, toda una vida con una historia para la eternidad. Vivir no tiene precio. La vida es el mejor regalo que hemos recibido y el único que aumenta de valor a medida que se regala a los demás.

No se lo pierdan:

¡Vivimos!