Se lamenta la muy exitosa escritora María Dueñas, El tiempo entre costuras, de que muchos jóvenes ya no saben lo que es un «pesetero»: «Puse a prueba a mi hijo de trece años y confirmé mis presuposiciones: criado ya con el euro, desconocía su significado». Pues nada, mujer, se le explica tirando de diccionario: «Una persona aficionada al dinero, ruin, tacaña, avariciosa». Además, la ignorancia del chaval permite una charla etimológica y, si se me apura, sociológica, que nunca está de más. Pero continúa la queja: «A mi mente acudió entonces un pequeño montón de vocablos cercanos (…), docenas de palabras que jamás estarán en boca de los niños de hoy cuando lleguen a adultos». Y ejemplifica: «Nunca revelarán un carrete ni pedirán un corte en la heladería. No sabrán hacia dónde mirar si oyen mencionar una centralita, una mediasuela o una linotipia. No escucharán jamás la cara B de un LP, ni se harán la permanente, ni comprarán nada por dos duros, ni se pondrán camisas de tergal, ni escucharán una casete en el magnetofón». Pues no pasa nada, señora Dueñas, no pasa nada. Desaparecido o vuelto obsoleto el objeto que designan, todas esa voces se van al almacén de la memoria y sirven para alegrar las charlas nostálgicas del otoño. No pasa nada: siempre ha ocurrido así.

Nadie se rasgó el jubón cuando «jubón» dejó de usarse a finales del XVII, porque aquella «vestidura rígida que cubría desde los hombros hasta la cintura, ceñida y ajustada al cuerpo», que iba directamente sobre la piel o sobre la camisa, ya no estaba de moda, sustituida por las casacas. Su función abrigadora la desempeñan hoy, mutatis mutandis, el jersey o la sudadera, la americana o la chaqueta o la cazadora, si se quiere. No pasa nada porque necesite explicación lo que dice Cervantes cuando los galeotes le quitaron al bueno de Alonso Quijano «una ropilla que traía sobre las armas, y las medias calzas le querían quitar si las grebas no lo estorbaran», pues ni ropilla (o «sobrevista», una vestidura corta con mangas), ni medias calzas (prenda con dos perneras, que cubría el cuerpo desde la cintura hasta los muslos), ni grebas (pieza de la armadura antigua, que cubría la pierna desde la rodilla hasta la garganta del pie) se usan ahora. Tampoco se llevan hoy gorgueras o lechuguillas, arneses ni guardainfantes. Pocos verdugados amplios veo, escasas polonesas, distingo apenas faldas drapeadas… Es más, las chupas que ahora se llevan no son las chupas que antes molaban. «Chupa» era la parte del vestido que cubría el tronco del cuerpo, a veces con faldillas de la cintura abajo y con mangas ajustadas, debajo de la casaca. Hoy es la chaqueta corta y ajustada a la cadera, de cuero a ser posible.

«Aunque quizá lo que más rabia me dé no sea la defunción de estas palabras sino que, irremediablemente, voy a perderme aquellas otras que las sustituyan en los diccionarios», concluye María Dueñas. Pues hace muy mal en perdérselas, pero no culpe a nadie. Suelo hacer con mis alumnos el siguiente ejercicio y a fe que mu-cho les divierte. Tomo el inicio del Quijote: «Vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino». Luego, les pido que lo reescriban ellos pasándolo a época actual: ¿qué sería hoy un hidalgo?, ¿cuál su régimen de comidas?, ¿cómo vestiría?, ¿en qué gastaría el dinero? Pizzas, hamburguesas, zapatos MBT, rioja de crianza, perritos calientes, entrecots, camisa de seda, solomillo a la mostaza, dorada a la sal, calzado de tafilete… ¿montaría una Harley o conduciría un Audi? ¿Quizás un monovolumen? ¿Se usarán estas palabras dentro de cien años? Claro que no. Se necesitarán filólogos para contextualizarlas. Lo malo no es la desaparición de palabras ya sin función: lo ho-rrendo es que palabras que existieron y cuya función sigue siendo necesaria se vean hoy envilecidas por un uso torticero, partidista y repugnante. ¿Hace falta decirlas?: libertad, miseria, liberal, explotación, estafa, ruina, solidaridad, timo, censura…