Si cada persona tiene su historia, la de cada víctima del terrorismo de ETA está escrita con su propia sangre, derramada injustamente en aras de viejas reivindicaciones de una banda armada hasta los dientes para asesinar pero desarmada de razón y legitimidad moral. De todas formas, rectificar es de sabios y la sabiduría suele estar acorde con la verdad. Verdad y justicia, disolución de la banda, entrega de armas, pedir perdón y un largo etcétera que certifique la autenticidad del cese definitivo. Existe un gran trecho sembrado de víctimas por el terrorismo de ETA. La prudencia no está reñida con la fortaleza imprescindible en un estado de Derecho. Las elecciones a la vista no tienen por qué nublar ningún sentido y mucho menos el común. Demasiados trechos entre negociaciones y treguas, dichos y hechos, empapados de extraños cheques en blanco, de dolor y lágrimas. La paz en tiempos de guerra es siempre una conquista pero ese no es nuestro tiempo. Aún así, «la paz no consiste en el mero cese de la violencia si se consigue por el camino de la entrega y la claudicación. La paz, ya lo enseñó San Agustín, es el resultado de la justicia. (…) No es la paz lo que está en juego, sino la justicia y la dignidad» (I. Sánchez Cámara). Es indispensable la unidad de todos y el respeto a los principios democráticos. Tropezar una y otra vez en la misma piedra puede que no sea humano como tampoco lo es legitimar la violencia. ETA ha hecho mucho daño, son tantas las familias destrozadas que resulta difícil creerlos. Leí alguna vez que sólo el paso del tiempo permite calibrar la relevancia de un acontecimiento. Resulta complejo abrir de par en par las puertas de la esperanza confiando en quienes han enarbolado con desfachatez la bandera del terrorismo. «¿Soluciones? Entre todos. Si lo peor nace del corazón humano, tenemos que sembrar a manos llenas semillas de bien, a lo largo y a lo ancho de la humanidad» (A. Montero Moreno). Escribo estas líneas el día que ETA ha anunciado el cese definitivo de su actividad. Hoy, 20 de octubre de 2011 ha sido un día largo. «El mundo democrático, antes llamado occidental, ha ido relajando el sentido de la autoridad. Lo ha diluido en un caldo de condescendencias que amenaza la supervivencia de los supuestos morales, políticos y jurídicos sobre los que nos asentamos» (M. Martín Ferrand). Entre dichos y hechos un extenso trecho de dolor, también opiniones para todos los gustos, palabras de indignación, cautela, espanto y esperanza. Alea iacta est (la suerte está echada).