En este país, las personas de ideología conservadora y/o liberal, así como los poderes económicos, tienen suerte: en lugar de una gran fuerza de derechas, como ocurre en la mayoría de los países, tienen dos (obvio las periféricas por cuanto se trata de complementos territoriales de aquéllas). Ambas tienen entre sí tan grandes similitudes de fondo como relevantes diferencias en lo tocante a las formas. Nuestras dos derechas, cuando gobiernan, bajan los impuestos a las clases acomodadas y a los ricos, sin apenas diferencia de matiz. Ahora bien, cuando se aproximan las elecciones, una oscila entre el silencio y la declaración expresa de que va seguir bajando los impuestos, mientras que la otra descubre, sorprendida, lo poco que pagan los ricos en impuestos y lo mucho que defraudan, algo que le pasa inadvertido cada vez que gobierna, sin duda debido a las muchas atenciones y desvelos que requiere la gestión gubernamental.

Una de las derechas, al menos en algunos de sus sectores, no muestra complejos en mostrar comprensión, cuando no añoranza, por la pasada dictadura franquista; la otra, simplemente exhibe un temor reverencial a ésta y no se atreve a poner al régimen anterior en su sitio, ni en lo histórico ni en lo jurídico. Las dos aplican con rigor los recortes y las políticas de austeridad que imponen los mercados y las instituciones neoliberales, pero mientras que una se especializa, en función de su ámbito competencial-territorial, en precarizar el mercado de trabajo y el sistema público de pensiones, rebajando con ello los salarios directos, la otra mete la tijera, igualmente en función de sus atribuciones administrativas, en servicios como la sanidad o la educación, a fin de mermar el salario indirecto.

Tanto una derecha como otra se pliegan a los designios del imperio en lo tocante a política exterior, superadas ya ciertas desavenencias mesopotámicas del pasado, de manera que concurren juntas, henchidas de ardor guerrero y fervor patriótico, a cuantas aventuras imperiales son convocadas por los amos del mundo, bien se trate de Afganistán o Libia. Ciertamente, una es más permisiva y liberal en lo que hace a las costumbres, legislando en este sentido sobre la sexualidad o el aborto, mientras que la otra sigue aferrada a las rancias sotanas tridentinas y al credo nacional-católico como en los viejos tiempos. Ahora bien, las dos se inclinan ante la mitra papal con idéntico grado de genuflexión, y dotan con la misma generosidad económica y otorgan semejantes privilegios a la clericalla vaticana.

En términos generales, una, al acercarse las elecciones, oculta su programa bajo invocaciones abstractas y genéricas como la confianza, la responsabilidad, etc; la otra descubre de repente que es de 'izquierdas', y comienza a prometer justo lo contrario de lo que hará al gobernar. Pero ninguna de ellas pone blanco sobre negro el conjunto de medidas concretas que habrían de superar las nefastas políticas de austeridad que nos están llevando hacia el abismo, hasta el punto de que han acudido juntas de la mano a sacralizar en la Constitución la política del recorte permanente. Las dos derechas ponen de manifiesto, a la menor oportunidad que se presente, su fervor monárquico y su adhesión al principio de que el acceso a la jefatura del Estado tiene más que ver con la herencia que con el mérito.

Ambas sostienen, en perfecta armonía, una ley electoral tramposa e injusta que les garantiza la preeminencia en las instituciones y que margina a las demás fuerzas. Finalmente, una y otra, por los servicios que prestan a los intereses empresariales durante sus mandatos, colocan a sus próceres y cuadros más relevantes, una vez fuera del poder, en las grandes empresas y bancos a los que han servido con tanta diligencia, cobrando sustanciosos emolumentos por sus 'asesoramientos' privados, los cuales compatibilizan, sin pudor alguno, con retribuciones públicas. Amigo/a lector/lectora ¿ a cuál de estas dos derechas otorgará su confianza en las próximas elecciones del 20-N?