Miembro del Foro Ciudadano de la Región de Murcia

Discúlpenme que saque mi faceta filóloga (hispánica) para recordarles que, si hay en estos momentos una batalla que la izquierda está perdiendo miserablemente en el mar de los grandes (y nunca inocentes) medios de comunicación, ésta es la semántica. Sobre esto ha escrito ampliamente el lingüista norteamericano George Lakoff, de quien hablé en este espacio hace ya algunos meses. Pero insisto sobre el tema porque la situación, en este escenario inmediatamente post-benedictino (y habría mucho que decir sobre ese bene-), se ha recrudecido bastante.

En efecto, la obsesión de la curia por la supuesta persecución que sufren de un Estado que invierte veinticinco millones de euros en la visita papal ha levantado la veda de las acusaciones contra la España laica. Ya las conocemos: relativismo moral, falta de valores, ausencia de principios. Las repite machaconamente la caverna mediática y llega un momento en que dejamos de prestarles atención, pero ¿caen en saco roto? Cierren los ojos un momento y visualicen a un convecino de ustedes diciendo «la juventud de hoy ya no tiene valores» o «en la escuela los niños deberían aprender unos principios». Ahora ábranlos. ¿A que así a bote pronto el señor parece de derechas? ¿A que no nos sorprendería que ahora añadiese algún comentario nostálgico sobre el sistema educativo franquista? La clave está en unos términos, ‘principios’ y ‘valores’, que la derecha quiere apropiarse. No son los únicos. Ese ‘libertad’ que figura en el viejo lema de la Cope y en el nombre del canal de Jiménez Losantos también forma parte del botín, debido a su capacidad de seducir desde la derecha a los desencantados de lo políticamente correcto, lo ambiguo y lo pragmático. Es la ‘libertad’ de que habla el inefable Salvador Sostres en su espacio en El Mundo, por ejemplo, y que no existe por lo visto ni en Euskadi ni en Cataluña. No traten de definirla si no están dispuestos a llegar hasta Nietzsche, por lo menos.

Hagan la prueba. Pregúntenles a sus conocidos del TDT Party qué entienden por ‘libertad’ y ya verán cómo unos segundos después los señores parecen haber bebido. Podemos sin embargo tratar de definir en negativo: qué no significa esta tan cacareada libertad. No es libertad de culto, por supuesto. Tampoco sexual, ni reproductiva. Tampoco de expresión. Tampoco libertad de enterrar a tu abuelo con dignidad, en muchos casos, no vayan a reabrirse viejas heridas. ¿De empleo de lenguas distintas del castellano? Obviamente no. Rasquemos un poco más, profundicemos. Los nuevos fundamentalistas neoliberales del otro lado del charco ya llevan muchos años usando la palabreja, colándola una y otra vez en los discursos de Bush Jr. («They hate us for our freedom», «Nos odian por nuestra libertad», por ejemplo). Solo hay una libertad a la que sí se refieren sin ambigüedades: la que exigen los acomodados, de no pagar impuestos. Las demás no importan. La auténtica land of the free es, según su esquizofrénica cosmovisión, aquélla en la que el Estado ha desaparecido y para todo lo demás, tu iglesia local. Llega un momento en que la palabra adquiere un conjunto de connotaciones tan cargadas ideológicamente y tan radicales que muchos políticos moderados se abstienen de usarla, cerrando el círculo de la apropiación: es el momento en que los bucaneros pueden decir, con algo de razón, «el Tea Party es el Partido de la Libertad» por ejemplo. Imaginemos «el PP es el partido de los principios y los valores». No es tan difícil de imaginar ¿verdad?

Ni que decir tiene que esto es una falacia total. Hay un arsenal de principios y valores de izquierda, y entre ellos el respeto por la libertad humana entendida como emancipación de la ley de la selva de los mercados. Por no hablar de lo extraño que resulta ver a la Iglesia católica bendiciendo (otro ben- para analizar) a dictadores o callando mientras se declaran guerras ilegales, o protegiendo a delincuentes sexuales solo porque son afiliados. ¿Dónde están los principios y valores de que eran garantes en exclusiva? ¿Y la derecha? ¿Qué principios y valores maneja Salomé Prego-Villaverde (PP) cuando ante la catástrofe de Somalia dice que «en España no cabe un tonto más; regalamos veinticinco millones de euros para África. A nosotros no nos regalan nada para paliar nuestras necesidades»?

La alquimia, sin embargo, parece estar funcionando bastante bien. En los años 90, a Blair y los cerebros del partido laborista británico les pareció conveniente abandonar esta batalla semántica y asumir la ausencia de principios como seña de identidad. Así nació el Nuevo Laborismo, con un lema de lo más revelador: Whatever works («Cualquier cosa que funcione»). La socialdemocracia europea, incluida la nuestra, se subió al carro con una alegría bochornosa. No así los votantes, que empezaron a abandonar el artefacto lenta pero continuadamente. Nadie ha definido el fenómeno mejor que Susan George: «Entre la derecha original y su copia light, la gente elige el original».

Voy a tratar de demostrar esto: en 2009 se celebraron elecciones en Alemania. Merkel (CDU) acababa de pactar con el socialdemócrata Steinmeier (SPD) una reforma constitucional que introdujese techos de déficit en la federación y en los länder. Para la sorpresa de nadie con dos dedos de frente, ganó la derecha, que aunque pagó en votos la crisis que sacudía el país subió en diputados gracias a la debacle total del SPD, que perdió un 40% de votantes. ¿Les suena de algo esta anécdota del pasado? ¿Podemos extraer alguna enseñanza de esta simpática fábula teutona? La derecha no se jugaba sus principios ni sus valores (que son muy ambiguos en este tema) pactando la aniquilación del estado del bienestar. Los socialdemócratas sí. Como recuerda Jesús Gómez en su espacio de lainsignia.org, Olof Palme, en una carta dirigida a Willy Brandt y Bruno Kreisky, declaró que si el socialismo democrático renunciaba al bien común, el futuro quedaría en manos de «fuerzas anónimas, tecnócratas o estructuras de poder».

La verdad, respeto mucho a Olof Palme. Seguramente fue el último socialdemócrata europeo que no se vio obligado a elegir entre integridad e inteligencia, y el primero que vio que tal elección era una falacia y su consecuencia obvia el desastre.

Para la gente de izquierda, estos desplazamientos de placas tectónicas no deben representar ni desesperanza ni retroceso. Sugiero que hagamos lo de siempre: actuar conforme a nuestros principios, a nuestros valores. Y si acaso sacarlos de paseo más. Incluso machaconamente. Tirando a dar.

¿Es la guerra? Pues más madera, compañeros.