Siento cada vez más repugnancia hacia el vocablo ´mercados´. Los que detentan el poder propenden a disimular el alcance real de lo que maquinan para fastidiarnos a quienes no lo tenemos. Y son muy dados, pues, al uso de eufemismos. Así, cuando nos hablan de los mercados nos ocultan que éstos no son ni más ni menos que especuladores varios amparados en grupos bursátiles, inversores de fondos privados de pensiones, banqueros… O sea, los capitalistas de toda la vida, que hoy se nos muestran en todo su poder y esplendor. Que, además, han logrado persuadir a los Gobiernos, esas marionetas que aparentemente gobiernan para todos pero que lo hacen por y en nombre de aquéllos, de que sus decisiones deben tranquilizarlos. Surge así el segundo de los eufemismos con el que estos últimos meses nos vienen bombardeando, a saber: la necesidad de que los Gobiernos se ganen la confianza de los mercados. O sea: ni más ni menos que la sumisión del poder político a los dictados del poder

económico.

Cuentan los mercados, pues, con lacayos (los Estados) y con servidores. Estos últimos, disfrazados de agencias de calificación de riesgos (rating en inglés). Basta con que unos pocos señores de Standard &Poor´s o Moody´s digan que un Estado es insolvente para que ese país vea elevarse exponencialmente los intereses que ha de pagar por los títulos de su deuda. Además, cuando esas agencias de calificación lanzan sus agoreros vaticinios, están dando pie a que los mercados preparen sus redes para atrapar esos servicios esenciales (Educación, Sanidad, pensiones…) que vino prestando el Estado pero que ahora se ve obligado a entregar. Este es el mecanismo aparentemente complejo, pero bastante sencillo de entender, por el que Estado se pliega ante dichas presiones.

Esto, ni más ni menos, es lo que está pasando estos últimos meses en nuestro país. Los sucesivos Gobiernos (del PP y PSOE) fueron rebajando o haciendo desaparecer la fiscalidad a las rentas altas (Impuesto de Sociedades, Impuesto del Patrimonio, ridícula tributación del 1% para las SICAV…), al tiempo que congelaron salarios y pensiones y elevaron la tributación indirecta. Con lo que, durante estos años, se ha producido un gradual trasvase de las rentas del trabajo a las del capital. Cuando la burbuja inmobiliaria estalló, los bancos acudieron, suplicantes, a recabar la ayuda generosa del Estado. Como, además, la recaudación fiscal disminuyó drásticamente al elevarse las cifras del paro y descender el consumo, estas circunstancias contribuyeron al fuerte incremento del endeudamiento del Estado. En ese contexto, en lugar de seguir el ejemplo de EE UU y Japón (este último, a partir del tsunami) de aplicar políticas económicas expansivas, el Gobierno español se ha plegado al atraco de los mercados, con la complicidad de sus lacayos en Europa, Merkel y Sarkozy. Y así nos va. Una Europa de los mercaderes —que no de los pueblos— que se muestra cada vez más debilitada y sumisa ante la presión del capital, e incapaz de arbitrar soluciones para una salida social a la crisis. El asunto es grave, muy grave.

Pero lo que no tiene nombre es la última actuación, coordinada, del PP y PSOE para la modificación del artículo 135 de la Constitución. La dificultad de ambas formaciones para consensuar la necesaria renovación de los miembros del Constitucional ha desaparecido, como por ensalmo, cuando se ha tratado de hacernos un poco más la puñeta al conjunto del país. Uno de los párrafos añadidos a ese artículo: «Los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta». ¡Toma ya! Adiós a la soberanía nacional. Y ni rastro de ese ´Estado social y democrático de Derecho´ propugnado en la Constitución.

Ante esta situación, es necesario que se dé una contundente respuesta social. Y, lo que es también importante, que se tienda urgentemente a la unión de las izquierdas con la constitución de un frente amplio de este signo, que sea el referente electoral claro para quienes, cada vez con más énfasis, mostramos en la calle nuestra indignación ante tal estado de cosas.