Tal vez fuera un pensamiento excesivamente grandilocuente para lo que les voy a contar, pero es que nada iguala al viento, salvo el mar tal vez, como símbolo de la sensación de libertad. Salvando las distancias, lo cierto es que me sentí libre como el viento cuando, tras viajar durante cuatro meses con el motor del coche casi al ralentí, que es más o menos lo que se siente a 110 kilómetros por hora en autopista, pude por fin dejarlo correr hasta los 120. No es mucho, lo sé, pero fue suficiente para sentir esa sensación de libertad. Seguro que muchos de ustedes sabrán a qué me refiero.

Pese a lo que algunos piensen, la libertad no es un bien absoluto, nadie es totalmente libre para hacer cuanto desee. La libertad se mueve siempre en un ámbito limitado, sea por causas naturales o por las restricciones impuestas por la voluntad del hombre. La libertad está limitada por las leyes físicas, por los impedimentos morales, por la libertad de los demás, que no es sino lo que se conoce como libertad colectiva, por los condicionantes sociales y por las normas jurídicas. En tanto que la ciencia se ha venido encargando de eliminar o reducir los límites impuestos por las leyes físicas, hasta el punto de que el hombre casi puede volar como un pájaro o nadar como un pez, otra cosa es lo que ocurre con los límites impuestos por la voluntad del hombre, donde hay para todos los gustos. Ciertamente, hay quienes desean abolir cualquier límite a la libertad: se les conoce como libertarios. Otros pretenden reducir estos límites al máximo: son los llamados liberales. Están luego los que gustan de ingeniar constantemente nuevos límites y restricciones de la libertad individual en favor de ese engendro dúctil y maleable llamado libertad colectiva: son los progresistas. Y finalmente hay quienes son enemigos declarados y acérrimos de cualquier tipo de libertad, los llamados liberticidas, que habitan en los mundos oscuros de las dictaduras y del totalitarismo.

Las gentes progresistas, que se consideran poseedoras no sólo de la razón y de la legitimidad democrática, sino de una cierta patente de corso para incordiar, actúan de una forma muy característica cuando se trata de definir en nombre del pueblo, léase de la libertad colectiva, los límites de la libertad individual. En este punto mi lector malasombra, que ya no puede más, habrá saltado y me estará poniendo verde ante la mirada estupefacta de los lectores colindantes: «Con tal de atacar a la progresía este Megías es capaz de decir cualquier disparate». Para que no se equivoque le recomiendo que lea estos ejercicios comparativos que un buen amigo ha tenido la amabilidad de enviarme por correo electrónico:

Cuando a un liberal no le gustan las armas, no las compra ni las usa. Si es progresista, intenta prohibirlas en aras del pacifismo y sube los impuestos.

Cuando a un liberal no le gustan los toros, simplemente no va a las corridas. Si es progresista, intenta prohibirlas para proteger los derechos del toro y sube los impuestos.

Cuando a un liberal no le gusta el tabaco, no fuma. Si es progresista, prohíbe fumar en cualquier sitio, incluso en los parques y jardines, por razones de salud y sube los impuestos.

Cuando un liberal es vegetariano, no come carne. Si es progresista, hace campaña contra los productos de proteína animal y en defensa de los derechos de los animales y sube los impuestos.

Cuando un liberal se ve perjudicado en la empresa donde trabaja, reflexiona sobre cómo salir de la situación y actúa para mejorarla. Si es progresista, organiza una manifestación, seguida de una huelga y logra finalmente que cierren la empresa. Luego, sube los impuestos.

Cuando a un liberal no le gusta un programa de televisión, cambia de canal. Si es progresista, cambia la televisión y sube los impuestos.

Cuando un liberal es ateo, no va a misa ni practica religión alguna. Si es progresista, no consiente alusión alguna a Dios en ninguna parte, excepto que se trata del Islam o de religiones minoritarias, en cuyo caso les da una subvención y sube los impuestos.

Cuando un liberal tiene problemas económicos, trabaja más e intenta pagar sus deudas y ahorrar. Si es progresista, le echa la culpa al Gobierno si es un Gobierno liberal, a la burguesía, al Estado capitalista, a la globalización y a los del PP que pasaban por allí. Luego, como es natural, sube los impuestos.

Cuando un liberal quiere ahorrar gasolina, no gasta gasolina. Si es progresista, prohíbe circular a más de ciento diez y sube los impuestos de los carburantes.