Pedro Costa Morata. Ecologista. Excandidato autonómico de IU-Verdes por la circunscripción del Guadalentín

Le acompaño en el sentimiento, estimado presidente Valcárcel, por su quinta victoria absoluta en las elecciones autonómicas de nuestra Región, que le permitirán alargar el ejercicio del poder regional hasta veinte años, nada menos. Porque, como usted y yo sabemos, es una auténtica desgracia permanecer en un puesto político más de ocho años (doce como mucho): que uno se adocena y corrompe, la gente se cansa y pierde la ilusión, las políticas hieden y, en resumen, la ética huye despavorida al no encontrar asiento ni demanda. Sé de sobra que coincide conmigo.

Le compadezco, don Ramón Luis, por la enorme tristeza que debe sentir tras incumplir promesas como aquella de no presentarse, y ganar de nuevo batiendo todos los récords. Esa sucesión de hechos histórico-electorales debe resultarle insoportable, sabiendo sobre todo que cualquier militante de su partido habría podido conseguir lo mismo, es decir, barrer a los contrarios y mantener triunfante la cora/taifa del PP murciano

Supongo su frustración de haber llevado a la Región a las más altas cotas de ruina económica, regresión social y corrupción política, consolidando su instalación en los últimos puestos del ránking nacional, de los que apenas despegó durante todos estos años. Con su trabajo (y otras circunstancias, claro, que no quiero exagerar) Murcia ha regresado, en la escala provincial, a donde estaba en los años 40 y 50, y eso estoy seguro que le tiene que apenar.

En su nuevo mandato (que, abrumado por la púrpura del poder, podrá todavía prolongar hasta otro y otro y…) tendrá que pasar muy malas horas, y días, cuando a los dieciséis alcaldes suyos imputados por la Justicia (¡dieciséis de 45 municipios: otro récord murciano en España!), más medio centenar de concejales, consejeros autonómicos, cargos políticos, altos funcionarios y técnicos de su cuerda, se añadan dos o tres docenas más, solamente en los próximos cuatro años. Porque, según el guión, usted primero los defenderá por clara que esté su ignominia, y tardará meses, si acaso, en negarlos finalmente e incluso en abominar de ellos (aunque de esto la historia reciente no registra más de un par de casos, que al amigo, presidente, ya se sabe que hay que apoyarlo hasta el final, aunque sea un granuja).

Y qué decir de la desolación a que habrá de enfrentarse en una Asamblea regional donde los suyos lo llenan todo (¡33 diputados de 45!) y en la que, en consecuencia, no caben ni la discusión ni el debate ni la negociación: puede que ni el paripé. Añadiéndose, encima, el poco honroso asunto del castigo a los partidos pequeños, como IU, a cuyos votantes usted y su partido —eso sí, inocentemente y lamentándolo mucho, no me cabe la menor duda— les exige tres veces más esfuerzo que a los del PP e incluso el PSOE. Que usted mantenga esa exótica (que muchos calificamos de indignante) división en cinco circunscripciones, ejemplo eximio de sensibilidad democrática que en su día dio al país un rasputín socialista cuyas enseñanzas parece usted seguir fielmente, cubre de oprobio a usted y su liderazgo, y es una más de las notas que ilustra la permanente peculiaridad de esta tierra, ante la que la opinión pública nacional siempre tiene motivos para quedarse boquiabierta.

Le supongo, en consecuencia, compungido y abrumado por este detalle de maltrato al elector no afecto y de usura de poder, aunque bien es verdad que aunque, un suponer, IU tuviera tres o cuatro diputados ustedes podrían seguir haciendo lo que les viniese en gana (aunque, eso sí, con un poco de apostura).

No sé qué aconsejarle, la verdad, ante esta victoria insoportable. Quizás que se retire cuanto antes (pero no me haga mucho caso, oiga) y se ponga a analizar, como profesor de Historia que creo que es, las causas directas y profundas por las que esta tierra lo reelige reiterada y mayoritariamente.

No le garantizo que, si emplea para ello claves psicológico-político-culturales, no tenga que sonrojarse, pero la ciencia es ciencia, y debe profundizar y llegar hasta las últimas consecuencias de su investigación; y nos lo cuenta.