Vistos los resultados de las elecciones del domingo, se habla mucho, y con razón, del shock que han supuesto para los militantes y simpatizantes del PSOE. Un descalabro descomunal no solo donde estaba cantado —y Murcia era uno de los lugares en los que era previsible, a tenor de las encuestas, que el partido del puño y la rosa siguiera bajando por mucho que pareciera lógico que, dada la muy mejorable gestión de la crisis por Valcárcel, no podía más que subir— sino en todos los territorios de lo que aún sigue conociéndose internacionalmente como España.

En mi opinión, hay otros perjudicados. Por ejemplo, el mismo concepto de España, tal como lo entendemos, ha salido muy tocado, tanto —y es la primera vez que percibo que tal cosa es posible— que puede acabar estallando en un futuro no lejano, dado el avance, casi a nivel balcánico, del voto nacionalista extremo —el independentista y el centralista— y la minoración, hasta casi la irrelevancia, de los que han defendido el concepto de ´España plural´, incluso dentro del mismo partido —el gran perdedor— que lo acuñó. Aquella idea, tan esperanzadora para muchos porque apuntaba a la vertebración definitiva, y cómoda para todos sus habitantes, de este viejo Estado, se fue diluyendo, por errores propios y ataques viscerales ajenos, hasta que el fiasco del Constitucional con el Estatut la enterró defintivamente. Los ultraespañolistas, tan decisivos en el PP, montaron en cólera ante la sentencia porque «dinamitaba la unidad de España», mientras los nacionalistas catalanes moderados —es sabido que el PNV nunca aceptó la Constitución, y no digamos la izquierda abertzale— perdieron, a raíz de su publicación, toda esperanza de poder imbricar su proyecto en una España aceptable para ellos —es aleccionador leer los artículos que publicó un padre de la Constitución, Roca Junyent— y concluyeron que no les quedaba otro camino que trabajar por la independencia.

Pero yo pienso que, tal vez, la persona que sufrió el mayor shock —en esta Región, sin duda— fue la que era alcaldesa de Lorquí hasta el cierre de las urnas. Debe de ser muy duro, en una Región rendida incondicionalmente al PP, cuyos ciudadanos le conceden un increíble cheque en blanco, aún más descomunal que los anteriores, a un Gobierno que se ha currado un paro del 28%; que ha producido el mayor índice de abandono escolar y de economía sumergida de España; que ha hecho de su territorio el que tiene el mayor porcentaje de viviendas no vendidas y 90.000 proyectos aprobados por Urbanismo sin ejecutar por el estallido de la burbuja ladrillera que propició; cuya política de liberalización del comercio ha hecho desaparecer muchas tiendas y que otras estén contra las cuerdas; que se ha endeudado aún más para pagar a sus proveedores, muchos de los cuales están con la soga al cuello por falta de liquidez, a pesar de haber pegado otro sustancioso mordisco al sueldo, ya enflaquecido por la decisión zapateril de hace un año, de sus funcionarios, cosa que no ha hecho hasta ahora —todo cambiará, sin duda, el año que viene si Rajoy llega a La Moncloa— ninguna otra Comunidad autónoma, aceptar que uno —una, en este caso— es el único candidato del partido que ha perdido el cargo y el causante de que, cuando la oleada de gaviotas salidas de las urnas hasta oscurecer el cielo de la Región ha barrido, sin tener en cuenta la calidad de su gestión, a casi todos los alcaldes socialistas que quedaban, su pueblo sea uno de los dos o tres ´desafectos´ al virrey más votado de Europa, que, además, seguro que logra, en cuatro años, o en doce, que todos los escaños de la Asamblea sean del PP.

Es muy duro perder en tiempos de euforia. Pero yo no me torturaría demasiado. Primero, porque, en la orgía de nuevos puestos a cubrir tras tan descomunal victoria, seguro que hay alguno que pueda compensarle de la pérdida, como lo hubo, hace años, para el señor Marqués. Y, segundo, porque en este comienzo de milenio en el que el ´pensamiento mágico´ ha desplazado a la razón en buena parte de las mentes, su caso no es sino otro arcano más que solo expertos como Íker Jiménez pueden explicar. Como el de que, al norte y al sur, al este y al oeste, buena parte de las víctimas de la crisis decidan reforzar, con su voto, a quienes más cerca se encuentran de los que se han llevado su trabajo, su piso, su futuro.

Hay quien apunta al movimiento 15-M como esperanzador pero yo, con la historia en la mano, no creo que derogar la ´ley Sinde´ y, luego, constituirse en asamblea permanente en la plaza del pueblo, sea la solución.