La proliferación de manifestaciones en las principales capitales españolas ha sido un éxito que ha sorprendido incluso a los convocantes. Organizadores —por llamarles de alguna manera— y asistentes son en su mayoría jóvenes, se declaran decepcionados ante la falta de oportunidades laborales y ponen por delante su disconformidad tanto con el procedimiento electoral vigente como con la pereza de los principales partidos a la hora de modificarlo. Pues bien, a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, se le ha ocurrido la manera de resolver ese conflicto inesperado; el único, por cierto, que ha sido capaz de poner un poco de sal en el soserío generalizado de los mítines, los debates (?) y las ruedas de prensa. La señora Aguirre sostiene que lo que tienen que hacer los activistas antisistema es presentarse a las elecciones.

Vaya por delante que llamar ´antisistema´ a quienes promueven iniciativas como la de Democracia-real-ya indica fallos graves de memoria, en especial cuando uno cuenta con los años suficientes como para haber vivido aquel fenómeno del Mayo 68 en París o, por ser justos con el orden histórico, las manifestaciones estudiantiles de dos años antes en Madrid. Los jóvenes que protestan ahora no van en contra del sistema

en sí. Abominan de la interpretación sesgada de los usos democráticos que se hace a menudo desde la cúpula de los partidos con más poder.

En realidad esa actitud debería ser calificada de prosistema; es más, de sacudida necesaria para lograr, o intentar al menos, que el sistema funcione como debería ser. Pero al margen de las precisiones semánticas, la perla salida de las meninges de la presidenta de Madrid parece de las de órdago a la grande. Si los antisistema se presentan a las elecciones, aceptando el reglamento de reparto de escaños tal y como está, el problema desaparece por completo desde luego. Igual que sucede si quienes sufren de anorexia comen, los fumadores dejan el tabaco, los bulímicos ayunan y los parados encuentran trabajo. Muerto el perro, como dice el refrán, la rabia dura poco. Responder a quienes abominan de los usos actuales diciéndoles que se sometan a ellos suena o bien a no haber entendido nada de lo que sucede o, cosa más probable, al ensayo de un ejercicio de cinismo prepotente.

Pero sucede que la supuesta boutade de la presidenta no lo es tanto. Supongamos que en la próxima oportunidad los denostados como antisistema se presentan a las elecciones con un programa en busca los votos de los descontentos, incluyendo los de los actuales abstencionistas. Si lograsen unir ese electorado potencial, el vuelco parlamentario iba a ser de los que hacen época. Pero cuesta poco entender que un camino así estaría sembrado de obstáculos. Una cosa es coincidir en lo que no nos gusta; otra muy diferente ofrecer una alternativa electoral coherente y aceptable por todos los que hoy enseñan, con razón, su rabia.