En su imprescindible libro La palabra es poder, el archimandrita electoral norteamericano doctor Frank Luntz, nombrado «mejor especialista en sondeos de EE.UU» por el ´Boston Globe´, dice que el presidente Carter perdió cualquier opción a ser reelegido para un segundo mandato cuando se le ocurrió contarles a sus compatriotas, en un discurso televisado, lo deprimente que le parecían ciertos aspectos de aquella sociedad norteamericana post-vietnam sobre la que él mandaba, atrapada según él por «el consumismo» y «la audoindulgencia». Se suponía que era un discurso para reactivar la fe de la nación en sí misma y de paso reactivar a su presidente, pero obró el efecto contrario y ahí se acabó Carter. La gente interpretó que quien estaba deprimido no era EE UU: era el propio Carter, y que por lo tanto no podía seguir presidiéndoles ni un minuto más. Ganó Ronald Reagan. A aquello se le llamó popularmente ´el discurso del malestar´. «Lo importante no es lo que usted dice sino lo que la gente entiende», sentencia el despierto doctor Luntz. Y lo que entendió la gente fue que el problema no era que Estados Unidos tuviese nada malo, sino que el problema era su mandatario. Bueno, pues al todavía presidente del Gobierno Rodríguez Zapatero le está pasando igual que a aquel presidente demócrata estadounidense, pero al contrario: trata de vender su «discurso del bienestar», augurando que lo bueno siempre empieza mañana y asegurando, con su «pensamiento mágico», que el paro empezará a remitir justo en el mismo instante en que ocurre lo de enamorarse, o sea, sólo cuando no lo deseemos. Zapatero intenta transmitir el bienestar al país, pero el público interpreta que quien se siente bien y desahogado es el propio Zapatero, no el país.

El PSOE tiene el problema total, y es que una cosa es lo que dicen y otra, siempre, lo que los votantes entienden. Eso no hay ya quien lo levante: los votantes creen que el único mensaje creíble del PSOE es el que no sea emitido. La sonrisa que no se borra ni a guantazos del presidente del Gobierno obra el efecto contrario del pretendido. Transmite el siguiente mensaje: me estoy riendo «at your very face», estúpido.

Lo importante, en efecto, no es lo que usted dice, señor Presidente, sino lo que la gente entiende. La gente en España se cansó de políticos

que se le sonrían. Con Rodríguez Zapatero ya hemos tenido buen rollo como para pasar los inviernos de varias generaciones. La gente ya no quiere «democracia bonita», sino, más modestamente, democracia eficiente (ya decía Camba que los adjetivos no añaden al sustantivo, sino que quitan: «democracia bonita» es tan insuficiente como «democracia orgánica» en los sitios donde no hay democracia alguna. El aún presidente del Gobierno en realidad no ha cambiado de mensaje aunque haya cambiado de política: lo importante es que la que ha cambiado de orejas es la sociedad.

Si hoy se presentase el Zapatero arrollador de 2004, con todo su talante, hubiese sido interpretado por la opinión pública no como una esperanza sino como un escarnio. El optimismo antropológico no va a hacer mucha carrera en España en los próximos años. El dolor está cambiando a la sociedad española para bien, pues el conocimiento siempre es dolor. El PSOE no logra calar ahora con su discurso, tanto si trata de colocar sonrisas como si trata de hacer lo contrario. En provincias, en las regiones que no gobierna, de hecho, su discurso se parece mucho más al «del malestar» de Jimmy Carter que al del bienestar de Zapatero. Hay demasiada similitud entre la bronca que Carter le echó a Norteamérica por su «autoindulgencia» que la que le echó el PSOE murciano a los votantes en 2007 por su complicidad ante los supuestos casos de corrupción y que ahora le echa por supuestamente no enterarse de lo que pasa. La gente entiende en la actualidad que, sea cual sea el problema, incluso si no existe, la culpa la tiene el PSOE, bien por negarlo, bien por denunciarlo. Ya podría venir Jimmy Carter a decir lo que quiera, que los votantes creen que han escuchado ya bastante.