Ha pasado ya un cierto tiempo del terrible terremoto de 8,9 en el escala de Richter en Japón y el posterior tsunami que ha provocado miles de víctimas, pérdidas cuantiosas, desolación y que ha sumido a este país en un drama difícil de superar, por lo menos a corto y medio plazo. Y, si a esto le unimos las fugas radioactivas de la central nuclear de Fukushima, tenemos un panorama devastador y desesperanzador.

Ante este acontecimiento, se ha abierto el debate de si la ciencia podría conocer las causas y prever cuándo y dónde se va a producir un terremoto y, según las regiones, un tsunami. Se trata de que la ciencia evite las consecuencias dolorosas de las catástrofes naturales, descubriendo las causas, los mecanismos y la fuerza de fenómenos naturales que asolan zonas geográficas. Se trata de poner la ciencia al servicio del ser humano para minimizar las víctimas y las infraestruturas, tanto industriales como agrícolas. Es por lo que exigimos a los Gobiernos que doten de presupuestos para el desarrollo científico para preservar la vida. Si no se hiciera nada, sería escandaloso y habría protestas y presiones de los que poseen los grandes capitales para conseguir este cometido.

De una manera simultánea, hemos vivido ´un terremoto financiero´, que ha producido un tsunami social, que ha causado millones de víctimas: familias, autónomos, pequeños y medianos empresarios, personas desfavorecidas socialmente…

Era un terremoto previsto, anunciado desde hace años y ya se avisaba de las consecuencias sociales, que iba a dejar un panorama desolador porque condenaba a millones de personas a las cunetas de la sociedad, abocados a la exclusión social sin ninguna posibilidad de rehacer sus vidas y comenzar de nuevo.

Son muchos en Japón los que han perdido sus viviendas, y el Gobierno con la ayuda internacional ha diseñado un plan para la reconstrucción, aunque de momento se encuentren viviendo en sitios habilitados para alojarse. En cambio, en nuestro país, como consecuencia de este tsunami social, son muchas familias que los desahucian y se van a la calle o donde puedan y las administraciones públicas ampara legalmente estas situaciones.

Además, estamos viviendo, mejor dicho, sufriendo desde hace muchos años ´el terremoto neoliberal´ , que condena a millones de personas a la miseria y a la muerte por falta de alimentos, agua potable y medicamentos básicos. Las cifras indican que mueren por hambre entre 75.000 y 100.000 personas al día, de las cuales 35.000 aproximadamente son niños. Esta situación no es titular de ningún medio de comunicación, de ninguna preocupación ciudadana, sumando a esto la indiferencia de los organismos internacionales.

Volviendo al terremoto financiero y su tsunami social, hay que decir que los Gobiernos occidentales están respondiendo a esta situación recortando derechos sociales, laborales y económicos . Están dejando a los ciudadanos a su suerte, a merced de las ´réplicas de los mercados financieros´.

Los que provocan estos tsunamis sociales temen a los tsunamis naturales, porque les puede afectar, incluso, ser víctima de ellos. Temen a los fenómenos naturales porque no pueden controlarlos desde los mercados financieros. En cambio, son los que provocan millones de víctimas sociales y económicas y presionan para que los diversos Estados no ayuden a sus pueblos en sus necesidades vitales, sino que tomen medidas que les sigan dando más beneficio, un beneficio que aumenta el drama de las personas, familias y pueblos.

Si el Gobierno japonés dejara tirada a su gente, habría un gran debate, acompañada de protestas y presiones para que ayudaran a las víctimas. El Gobierno japonés se vería obligado a tomar medidas para paliar este sufrimiento. ¿Por qué cuando se produce un tsunami social y los Gobiernos dejan tirados a sus pueblos no se produce protestas de tal intensidad que impidan a los Gobiernos no ayudar a sus conciudadanos y seguir beneficiando a los que han provocado este terremoto en la sociedad? Tal vez porque haya demasiados cómplices, que han logrado que nuestra conciencia esté dormida.