Fue el primer hombre que volvió del espacio, del camino de las estrellas, hace ahora cincuenta años. Y murió siete años después en un vuelo militar convencional. Con el primer día de la semana, fue creándose en Florencia, en París, en Moscú, un cierto clima emocional; se daba por inminente el envío de un hombre al espacio.

La radio francesa llegó a propagar la noticia, sin determinar si el astronauta era ruso o norteamericano. En España estábamos al margen.

Siguieron dos fechas de silencio. La prensa parisiense acogía, como rumor de calle, procedente de Moscú, la ansiedad del acontecimiento. El martes por la noche, todo hacía pensar en un trágico fracaso. En Florencia se celebraban las sesiones del Congreso Internacional de Astronáutica. Especulaban los científicos con la posibilidad del envío de un hombre al espacio. En ambiente de viva excitación, recordaban cómo también coincidiendo con el anterior Congreso, reunido en 1957, en Barcelona, fue puesto en órbita el primer Sputnik. Las últimas informaciones concurrían a justificar la ansiedad de la espera de esta nueva prueba científica.

Iban a ser las 8 de la mañana del miércoles, 12 de abril, de 1961. Radio Moscú interrumpía sus emisiones. Tass anunciaba que un hombre acababa de ser lanzado al espacio. La nave, Vostok, que en castellano significa Oriente; su peso, 4.725 kilos, partía de la Tierra en su proyectil-cohete portador, con el primer astronauta a bordo. Eran las 7:58, hora española. Cuarenta minutos más tarde la misma agencia informaba que el cosmonauta se hallaba sobre América del Sur. El vuelo se desarrollaba normalmente y el pasajero se sentía bien.

A los ocho minutos de esa primera comunicación, y a la altura de África, el propio cosmonauta declaraba: «Aguanto perfectamente la ingravidez. Todo marcha». La emisora de Moscú seguía difundiendo las noticias del vuelo. Vostok giraba alrededor de la Tierra a razón de una vuelta en 90 minutos; el punto más próximo en su órbita se situaba a 175 kilómetros. Finalmente, la emisora soviética anunció que el sistema de frenos de la aeronave empezaba a funcionar. El descenso duraría unos veinte minutos. Y a las 8: 55, hora española, aterrizaba la nave en un lugar prefijado del territorio soviético. El pasajero a las estrellas se llamaba Yuri Alekseyevich Gagarin. Tenía 27 años, mujer y dos hijas. Era metalúrgico, natural de Smolensko. De la aventura, en España, se hacían chistes.