Como Zapatero es hombre muerto, políticamente hablando, ya podemos hablar bien de Zapatero. Es la norma social de no meterse con los finados, por si acaso existiera el más allá y se les ocurriera volver. En este país no eres nadie si no has sido imputado en alguna causa de cohechos propios o impropios, y si no has publicado estos días algún articulito comentando lo del presidente. Por más que Zapatero sea un ateo chapado a la antigua, republicano y comecuras, no por ello dejó de agraciarle Dios con algunos milagros. El más espectacular lo obró la Divina Providencia al ponerlo en la Moncloa. Que alguien tan escasamente preparado para el puesto llegara a presidente de España prueba la existencia de Dios con más contundencia que el mismísimo argumento ontológico de San Anselmo, uno de mis favoritos.

Como Dios escribe recto con renglones torcidos, puso a un declarado adversario liderando el país, que era la manera más eficaz de garantizar el retorno triunfal de la derecha, que está al caer. Dentro de unos días, España se va a poner a tope de vírgenes, nazarenos y penitentes que Zapatero habría prohibido con gusto porque se creyó en la Francia ilustrada, el país de Mérimée, cuando su reino era España, la patria contradictoria de Carmen. Semana Santa preelectoral, a saber a quién votaría, si pudiera, cada uno de los pasos. Creo que la Virgen María se decantaría por el PP, aparentemente más celoso en asuntos de castidad y familia, aunque luego también las señoritas de la derecha acaben abortando gracias a las leyes de la izquierda. Y que Jesús el Nazareno votaría por el PSOE, confiando en alguna recogida de firmas, promovida por Almodóvar, la Bardem y los de la ceja, que le librara de la crucifixión.

El segundo milagro de la vida de Zapatero aconteció el pasado año, cuando se le apareció santa Angela Merkel conminándole no tanto a rectificar como a ponerse directamente del revés. Zapatero hizo magia potagia, se deszapaterizó en un pis pas y recortó hasta los prepucios que aún quedaban sueltos por ahí. Y es que las convicciones son como el amor, y al final acaba por resultar muy tedioso mantener siempre las mismas. Fue su momento estelar, cuando Zapatero dejó de ser Zapatero y se inmoló por la colectividad, como Jesucristo hace más de 2000 años, para salvarnos a todos expiando en su cargo los pecados de la deuda soberana de España. Un Zapatero nos puso al borde del rescate y la intervención y otro muy distinto nos salvó de ella, abrasando su futuro político en la pira de las rebajas sociales.

Pasará a la historia como el último presidente que aún pudo gozar de unos años de soberanía nacional, que es como decir que disfrutó del privilegio de poder equivocarse solo. A partir de ahora, se acabó. Europa nos dejará sin recreo como no hagamos bien los deberes, lo cual debería de producirnos un cierto sosiego. Santa Merkel, patrona de la competitividad, nos vigila. Aun cuando Dios obrara el milagro de poner en la Moncloa a otro Zapatero, su margen de maniobra sería tan nulo que su nulidad resultaría también mucho menos dañina para todos. Estos días de Semana Santa podría el presidente reflexionar sobre su milagrosa vida. Tampoco le ha ido tan mal: aún es joven, tiene la paga asegurada, y la que se va a liar en el PSOE hará que se le recuerde con mucha más benevolencia.

Al menos él ha podido decir que no sigue. Imaginen el lío que habría supuesto, para la cultura occidental, que Jesús hubiera anunciado en la última cena, su último comité federal, que pasaba de crucifixiones, y que se arrejuntaba con María Magdalena para montar una franquicia de productos del Mar Muerto. Sería un puntazo que Zapatero culminara su deszapaterización saliendo de penitente en alguna cofradía. Es su última Semana Santa en Moncloa, aunque su pasión particular se prolongará durante casi un año, tiempo suficiente, si uno se lo propone, para alcanzar úna cierta santidad.

Los pecadores arrepentidos siempre han tenido muy buena prensa en este país.