En los últimos tiempos, al calor de la crisis económica provocada por la tremenda avaricia de los banqueros, éstos han puesto de moda en nuestro país un nuevo vocablo, el desahucio, fea palabra que hace alusión a la predilección de aquéllos por poner en la calle a quienes se ven imposibilitados de hacer efectivo el derecho de la Banca a seguir cobrando el capital y los intereses de un préstamo hipotecario. Siempre con la inestimable ayuda del Gobierno y de una ley hipotecaria que les favorece, los banqueros no se atienen a razones. Aunque el deudor jure que le resulta imposible hacer frente a las cuotas de la entidad bancaria, por haber perdido el trabajo, las deudas son las deudas, piensan. Y los beneficios, intocables. ¡No faltaba más!

Los banqueros, esos extraños, engominados y engolados personajes, sin alma y sin corazón, recurren a la Justicia para reivindicar sus ´derechos´. Porque sus derechos se anteponen a los de los pobres. Su ´generosidad´ quedó fuera de toda duda cuando, en plena etapa de las vacas gordas —cuando el ´ladrillo´ cegaba los ojos de todos, incluidos los de los políticos que tenían que haber puesto freno—, se prestaron a conceder dinero a espuertas, sobrevalorando el precio del piso objeto de la hipoteca para así engordar el préstamo y, de paso, la tasa de beneficios del Banco. Beneficios que se repartirían ellos y muchos afortunados accionistas. Pero la burbuja especulativa estalló. Por lo que, en primer lugar, los banqueros acudieron al Gobierno solicitando ayuda. El Gobierno, como buen amigo, atendió sus súplicas. Esas súplicas que los banqueros desoyeron de los humildes prestatarios (pues parece que eso de suplicar ya no es propio de los pobres, como antaño). Los banqueros, empero, se han venido mostrando más receptivos a las súplicas de sus iguales, esos empresarios de la construcción que, endeudados, pusieron en práctica eso que se llama ´concurso de acreedores´, por el que, como siempre ocurre en las relaciones entre iguales, pueden perdonarse ciertos deslices. Como los de dejar de pagar préstamos, éstos sí, multimillonarios y cerrar empresas.

Con los pobres es distinto. Como, además, algunos de éstos han empezado a ponerse contestatarios, en segundo lugar, los banqueros acuden, solícitos, a la Justicia, en demanda de ayuda. Y la Justicia, que se muestra remolona con tantos y tantos ´chorizos´ de guante blanco, no duda en atender con prontitud las súplicas de los banqueros. Los expedientes de desahucio son expedidos, pues, con diligencia, ésa que se echa en falta en la resolución de tantos y tantos casos de corrupción.

Ibrahim, un inmigrante que quería vivir con nosotros, un padre de familia con tres hijos residente en Molina de Segura, ha sido una de las víctimas —y no será la última— del desahucio. El paro y la imposibilidad de seguir alimentando a sus hijos no fueron motivos suficientes para que sus banqueros se atuvieran a razones. Nos cuentan que los agentes judiciales le dieron un tiempo de veinticinco minutos para recoger sus pertenencias y abandonar la casa. Sin posibilidad de asistencia letrada y con un fuerte contingente policial, el desahucio se consumó hace unos días. Las personas de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, que acudieron a solidarizarse con él, contemplaron, atónitas, el inusitado dispositivo policial desplegado junto a su domicilio. La delegación del Gobierno tuvo mucho que ver en ello. Un auto judicial permite una discreta presencia policial para hacer efectivo el desahucio, pero no ese número desproporcionado de agentes que se dio cita en Molina de Segura.

Pero esto no para aquí. El movimiento de protesta no ha hecho sino comenzar. Y la razón asiste a quienes reivindican soluciones menos drásticas, como la dación en pago, el alquiler con opción a compra… Cualquier cosa que evite dejar desprovistas a tantas y tantas familias (en la Región, unas 8.000) de su derecho constitucional a la vivienda.

Los ciudadanos islandeses, esos habitantes de un pequeño país cercano al Círculo Polar Ártico, nos han mostrado cuál es el camino. En Islandia, una revolución ciudadana, tan eficaz como silenciada, ha puesto en su sitio a los banqueros y a los políticos de derechas que les daban amparo. El caso islandés es un ejemplo a seguir para ejercer una rebelión para la que hay causas más que sobradas.